Todo es maravilloso hasta que deja de serlo. Y lo peor del desastre es verlo venir, palparlo, saborearlo, a él y a sus llagas, ser consciente de cada ínfima grieta de esa bola de cristal que se desquebraja por todas sus esquinas. Todo duele, pero nada duele más que ser espectador de un final menguante imposible de frenar. Lo ves morir y mueres en una solidaridad obligada.
Y después... Nada.
Que sea cierto el jamás
Me dueles tanto que no quiero volverte a ver
Ni las intenciones
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