jueves, 27 de agosto de 2015

Prometo estarte agradecido.



Te tengo tantas cosas que decir 

y tú como si no fuera contigo. 
La historia se repite y aún así 
prometo estarte agradecido.

lunes, 24 de agosto de 2015

Entre el papel y la pantalla

La llegada de la literatura al mundo cibernético no ha sido más que una adaptación a la realidad que nos rodea. Hoy en día, llevamos una vida lo suficientemente acomodada como para dejar volar nuestra imaginación y explotar nuestra creatividad, y lo suficientemente ocupada como para necesitar ese desahogo. Estando como estamos, cerca de un tercio del día pegados a una pantalla[1] —entre televisión (124’), ordenador (97’), smartphone (122’) y tablet (53’)—, no es de extrañar que hayamos hecho de Internet nuestro rincón favorito para trabajar, estudiar, socializar y también crear y recrearnos. Aunque no es la plataforma —del papel a la pantalla— lo único que ha cambiado en esta nueva forma artística. Podríamos hablar, por ejemplo, de los inicios. En el mundo literario ha entrado mucho en juego la suerte, más incluso, en algunos casos, que la calidad. Cuántos grandes autores nos habrán pasado desapercibidos a lo largo de la historia es una pregunta que quedará sin responder. Pero Internet brinda una oportunidad a aquellos que, aun teniendo talento, una editorial les ha dicho “no”, dejando así ese poder de decisión al usuario, que se encuentra en total libertad de tomar o no su lectura. O bien dando un lugar a aquellos que prefieren esconderse bajo un pseudónimo o que no escriben para otros sino para uno mismo y se contentan con el morbo de que un destino azaroso lleve a un lector a una página olvidada de la mano de dios o del ojo público.
Por otra parte, en la literatura virtual hay un punto de gran contraste con la de papel. La gran diferencia entre ambas —ha de recordarse que estamos hablando en todo momento de literatura, en uno y otro caso— se encuentra en sus limitaciones legales. Estas son los derechos de autor y el libre uso o el uso capado y difusión de sus textos. Lo que para una supondría un delito (el ya tan conocido pirateo), para la otra significa un éxito rotundo. Es decir, no se le puede negar el valor material a una obra que ha tenido tras de sí, además de un trabajo, una inversión. Sin embargo, admitir el trabajo que lleva detrás un libro impreso no debe dar licencia para decir que su valor o calidad es mayor a la de una obra virtual, y en este segundo caso, bien es cierto que tenemos un amplio catálogo de obras gratuitas, lo cual es un punto a favor para el ávido lector de bajo sueldo. En conclusión, una mide su éxito en euros, mientras que la otra lo mide en visitas.
Pero en esta época de transición digital, podemos ver cómo las obras viajan de un formato a otro, buscando, finalmente, estar en todas partes, y consiguiendo la fusión de ambos bandos. Así como los escritores de la pantalla buscan ver sus libros impresos y en los escaparates, los escritores de papel usan Internet tanto para promocionarse como para dar a vender su obra en el formato electrónico, y abarcar así al público que se ha rendido ante los encantos de este nuevo artilugio tecnológico. A su vez, hay abiertos proyectos de digitalización que pondrán a disposición del lector toda obra libre de derechos, haciendo más fácil la búsqueda de información y la investigación. Un ejemplo de esta fusión es el caso de Holden Centeno, usuario de Twitter, Instagram, Facebook, Google+, y, sobre todo, de Blogger, quien publicó recientemente su opera prima: La chica de Los Planetas. De una historia común —chico y chica se enamoran, chica deja a chico, chico quiere recuperarla cueste lo que cueste—, nace otra extraordinaria. Realmente él haría todo lo posible por recuperarla. Literalmente. Literariamente. Empezó en Twitter —a sabiendas de que ella participaba mucho de las redes sociales— contando su historia, poniendo citas de canciones que ambos conocían, libros, películas y recuerdos compartidos buscando llamar su atención. Pero no fue la única que reparó en sus tweets y en poco tiempo alcanzó los más de 1500 seguidores. Su objetivo se cumplió, pero no por mucho tiempo. Ambos volvieron, pero a los pocos meses ella le volvió a decir adiós. Durante ese tiempo, ella le había animado a escribir, y así hizo, esta vez en Blogger[2], poniendo a su meta, una vez más, nombre de mujer. Por ahora no ha conseguido lo que buscaba tras esa ruptura, pero ha conmovido a cientos de miles de personas que, ya sea por recomendación o por obra del azar, han ido a parar al blog al madrileño que se oculta bajo ese alias. Fueron dos las editoriales que le ofrecieron publicar sus historias en papel. Primeramente, salió en versión electrónica con Clavedefá Ediciones. Esta versión la ofrecía pública y gratuitamente en su blog, bajo petición por correo electrónico, y en sus primeras páginas añadía su número de cuenta para que cada cual fuera libre de pagar la cantidad que creyera justa. Más tarde, la editorial Suma de Letras se atrevió con su primera tirada. El libro ha conquistado muchos corazones, aunque buscara conquistar solo uno. Esta anécdota es la muestra del alcance que puede tener la literatura que no se ofusca con la sombra de don Dinero. Quizá, lo más cautivador de su obra es su veracidad. Como suele pasar con la literatura, a veces no se sabe qué hay de real y qué de ficción. “Si algo hay cierto en mi historia es que es real. Admito que digan que el libro es una puta mierda, pero no que piensen que me lo estoy inventando”, se pronuncia Holden Centeno ante estas sospechas. “Cambiaría todo lo que estoy viviendo por volver con ella”, dice en su entrevista con Juan Fernández, colaborador de El Periódico[3].
Si el gusto por ser leídos es compartido tanto por los autores del papel como de la pantalla, ¿qué empuja al escritor a la publicación en papel?, o quizá sería mejor preguntar: ¿acaso todo el que escribe en Internet aspira a verse publicado en papel? Se da por supuesta la satisfacción de ver tu libro en el escaparate de una librería, aunque debe ser equiparable al número de ventas, así como la ponderación entre número de visitas y descargas de un libro en la red. Llegados a un punto de fusión entre ambas plataformas donde el papel se rinde ante el formato .epub y el libro en red presenta al lector la posibilidad de tener dicho libro en papel bajo demanda, la línea que separa ambos bandos se hace cada vez más borrosa. El término medio entre el libro que llega a su lugar de venta de la mano de una editorial y los versos o relatos escritos en las distintas plataformas de Internet son, por una parte, los autores de coedición; y por otra, los autores que publican en Bubok, Lulu, Lektu o Amazon. La diferencia entre unos y otros es que el primero debe pagar por crear su libro, su impresión y distribución, para verlo finalmente en las librerías, a riesgo de no recuperar la suma invertida en el proyecto, y el segundo puede comerciar su libro, cuyo formato ha sido creado por páginas webs, con la libertad de edición por parte del autor, sin tener que costear gasto alguno, sin que su libro figure en el catálogo de una librería física pero con la posibilidad de que su obra acabe en casa de algún lector, haciendo de su compra una ganancia para el escritor.
Por lo tanto, y sintetizando en parte el punto anterior, una de las ventajas de la literatura cibernética es el libre acceso, gratuito las más veces, y la gran capacidad de difusión. Se ha de tener en cuenta, en lo que corresponde a  que todas las redes sociales están interconectadas entre sí: puedes twittear una publicación de Facebook, enlazar en Facebook una foto de Instagram, poner en tu blog personal un tweet o compartir cualquiera de las publicaciones por WhatsApp. Así que, si tenemos en cuenta no solo los seguidores que pueda tener una cuenta o una publicación, sino el número potencial de esos seguidores que podría compartir dicha publicación en una, otra o varias redes sociales, de las que a su vez otros seguidores podrían tomar prestada y compartir en sus propias cuentas, e incluso llegar así a páginas de recopilación de publicaciones como puede ser Visto en las redes, consiguiendo por ello nuevos lectores y seguidores y ampliando la onda expansiva de una publicación, el número de lectores de una sola publicación puede ascender a miles de millones. Y cada vez son más las editoriales que buscan sus próximos superventas en las redes, como en el caso de Holden Centeno, antes mencionado, o como hizo Ana Mayi con Javier Fornell.
La mayor particularidad —y quizá la única— que tiene la escritura cibernética con respecto a la de papel es el uso del hipertexto. Aunque ya Cortázar hizo su propia “versión” del hipertexto, haciendo al lector de Rayuela dar saltos de uno a otro capítulo, o bien algunos libros de rol, que dibujan tu lectura como la consecuencia de tus decisiones, la verdad es que no existe el hipertexto sin los medios digitales. Estos son los enlaces que te llevan a vídeos, publicaciones, otras páginas y que pueden complementar, o bien crear, una lectura particular que no podría darse en papel. Otro elemento que sería un claro impedimento para una impresión sería la música o el vídeo, pues no existe más que en las novelas de Harry Potter, aunque nadie descarta que se pueda hacer de alguna forma en un futuro no muy lejano.
Un buen ejemplo de ciberliteratura es el de Gabriella Infinita[4], de la Universidad Javeriana de Colombia, quien nos ofrece un juego de animación, imagen, sonido y texto en la que el lector se mueve a su voluntad, eligiendo puertas que le llevarán a uno u otro fragmento de texto, creando así su propia organización de la trama, que tendrá como resultado una novela de suspense.




[1] Estudio elaborado por Mary Meeker, de KPCB (Kleiner Perkins Caufield & Byers), para su presentación anual de tendencias de Internet de 2014. Diapos. 96.
[2] Blog personal de Holden Centeno: http://holdencenteno.blogspot.com.es/

Algo habrá hecho

Mientras la policía aporreaba la puerta, él reía frente al televisor ante el titular "Otro caso de violencia de género". Pero él no la mató por ser mujer. De hecho, de haber sido una mujer, de las de verdad, de las que hacen honor a su nombre, la habría querido durante toda la vida.

martes, 18 de agosto de 2015

El panorama literario: la transición literaria (II)

Sí, hoy día todo el mundo puede escribir, leer y también criticar. Por ello, ahora más que nunca, la línea que separa lo que es literatura de lo que no es extremadamente delgada. Es muy común oír poetas decir: “bueno, yo escribo muchos versos, escribo a diario, a veces me sale poesía y otras veces no”. ¿Cómo distinguirla? En un juego en el que todo vale, ¿cómo definir la literatura? Según la RAE, literatura es el “arte que emplea como medio de expresión una lengua”; y define arte como “1. Virtud, disposición y habilidad para hacer algo; 2. Manifestación de la actividad humana mediante la cual se expresa una visión personal y desinteresada que interpreta lo real o imaginado con recursos plásticos, lingüísticos o sonoros”. Solo algunos diccionarios incluyen el valor estético en la definición de literatura. No hay características que definan la literatura, ni exigencias, nada que restrinja o distinga unos textos de otros. Un informe policial o judicial no es literatura; pero sí lo es el último libro de Julio Molina Font, Crónica negra de Cádiz, donde reproduce juicios, noticias, sentencias e informes. Entonces, ¿dónde está el límite?, ¿cuál es el mínimo requerido para llamar literatura a un puñado de palabras? Salió este tema en un encuentro de escritores —con Fran Chaparro, Daniel Lanza y Javier Fornell— y todos coincidieron en que no es lo mismo “autopublicación” que “autoedición”. La primera es aquella en la que el autor contrata unos servicios editoriales, paga sus arreglos y, dependiendo de si en el contrato se incluía distribuidora o no, es el servicio o bien el propio autor el que pone su libro a disposición del librero que se lo acepte. Por el otro lado, autoedición es cuando todo queda en mano del autor, quien se hace cargo de todos los pasos: maquetación, corrección, diseño, distribución y venta. Luego, en un tercer bando está la coedición, más cercana a la primera, donde tanto el servicio editorial como el autor invierten en la obra y ambos acuerdan el porcentaje de las ganancias. Y son muchos los autores noveles que optan por la autoedición, por ser esta más barata, pero que no poseen los conocimientos necesarios para que al lector le llegue un producto de calidad —aparte de la dificultad, y casi la imposibilidad, de corregir con rigor, objetividad y criterio una obra de creación propia—. Es decir, está muy bien que haya libre acceso al mercado del libro, pero debe haber alguien respaldando ese trabajo, un profesional, alguien que corrija, quite, ponga, cambie, mezcle, reescriba todo lo que fuera necesario para garantizar una calidad mínima, porque crear un libro, como objeto, es mucho más que mandarlo a imprimir. El lector se siente engañado cuando se toma un tiempo que no tiene en leer un libro que, encima, no logra engancharle ni aportarle nada bueno. Y mayor sería la burla si, además, este libro tuviera errores colosales de maquetación u ortografía. Cierto es que, aun teniendo un buen grupo de profesionales a sus espaldas, no hay garantía total posible. Y no la hay por una simple razón: para gustos, los colores. No existe libro que pueda satisfacer a todo el mundo. Cada uno ha de someter a criba la gran variedad de libros y, además, tener buen ojo a la hora de probar suerte con el siguiente. Del mismo modo ha de hacer uno cuando se enfrenta al inabarcable mundo de Internet. La vista es rápida y el dedo más aún. Si las dos primeras líneas no son satisfactorias, el lector no debe tener reparo alguno en pasar a otra página. A los libros, como a cualquier otro formato de entretenimiento, no se les debe tener demasiado respeto. Son un bien sometido a nuestra voluntad y apetencia, no un deber. Teniendo esto en cuenta, la inmensa diversidad que encontramos hoy no es un problema, sino un regalo. Juan Carlos Ferrer, alias Juankiblog[1], de Barcelona, quien escribe en su blog desde hace ocho años y ha publicado tres libros a sus escasos veinte años, ha compartido conmigo su opinión. Ante la pregunta de si el libre acceso a la publicación ha afectado o afectará al mundo literario para mal, ha respondido:

Realmente, ya ni siquiera el “se lo puede costear” es excusa, porque basta con tener alcance a un ordenador y a una conexión a Internet. Gracias a páginas como Bubok o Lulu ni siquiera tienes que invertir económicamente a la hora de escribir un libro. Y no, no sé, no creo que le haga mal. Al contrario, tenemos mucho más donde elegir. ¿Qué hay mucha más morralla? Por supuesto. Pero morralla ya la había hace veinte años igual. Y seguro que a cambio nos llevamos alguna que otra joya. Así que no, realmente no me parece en absoluto mal, lo único que pasa es que ahora el filtro depende, más que nunca, del lector. Por cada El Libro Troll de ElRubius habrá otro que merezca la pena.

De hecho, ahora más que nunca la lectura está de moda. Otra prueba de que Internet no hace mal sino que, por el contrario, promueve la lectura, sobre todo entre adolescentes y jóvenes de entre 16 y 25 años —la edad media de los usuarios de redes sociales—, es la aparición de los llamados booktubers[2], es decir, aquellos que graban y suben a Youtube vídeos frente a la cámara hablando de los libros que leen, sus expectativas, impresiones, sus lecturas favoritas y demás experiencias con el mundo del libro. Estos vídeos, divertidos y dinámicos, han animado a muchos jóvenes a emprender la lectura, así como a participar de esta comunidad y subir sus propios vídeos. Ingleses e hispanoamericanos son los que encabezan la lista de booktubers, pero cada vez son más los usuarios[3] y mayor el terreno ocupado por estos.
Otra prueba del auge de las letras nos la da el otro bando: los lectores. A lo largo de estos últimos años se han ido creando en Internet rincones donde todo lector puede encontrar su lugar. Foros, reseñas, clubs de lecturas online, todo lo que el lector busca para compartir su experiencia y ampliar su terreno conocido del mundo del libro se reparte en, principalmente, cuatro redes sociales: Goodreads (una comunidad de catalogación que permite a sus lectores fichar los libros leídos y por leer y opinar sobre los mismos), Lectyo (red social orientada para los lectores en español que trata de fomentar la lectura al margen de la industria), Lecturalia (también para hispanohablantes, donde pueden calificar libros y discutir sobre ellos) y Douban (portal chino sometido a censura para evitar la rebeldía contra el régimen).
Una última prueba, esta vez más física y palpable, es la aparición de nuevas editoriales, librerías y empresas de servicios de publicación. En los últimos cinco años, solo en Cádiz capital, han abierto las librerías Alejandría (absorbida posteriormente por Quorum), Las libreras, La Clandestina, Sargón, Alpa (anteriormente Omega, abierta tras años de cierre); En Puerto Real, El Aprendiz; en Jerez, Azul; en Conil, Rosalía de Castro, y en San Fernando, Agapea. Y en cuanto a editoriales, tenemos a Ediciones Mayi, Absalon, Quorum, Dos mil locos editores, Hélade, Licenciado Vidriera y Cazador de Ratas. Todo eso en una población de alrededor de 700.000 habitantes. De hecho, según los estudios de la Confederación Española de Gremios y Asociaciones de Libreros[4], realizados en 2013, España era el país de la Unión Europea con mayor número de librerías, con 5.468 librerías, haciendo un ratio de 11,6 librerías por cada 100.000 habitantes.



[1] Blog personal de Juan Carlos Ferrer Aranda: http://www.juankiblog.com/
[2] Reportaje sobre booktubers, publicado el 1 de diciembre de 2013. https://www.youtube.com/watch?v=PHQ5pufM_6I#t=163
[3] Comunidad booktuber: archivo de vídeos de booktubers que se inició en septiembre de 2011 y aún hoy se actualiza mes a mes, superando los cien vídeos al mes en muchas ocasiones. http://booktubenews.tumblr.com/archive

El panorama literario: la transición digital (I)

Cuando se inventó la televisión y descubrieron la enorme capacidad de magnetismo que traía consigo el aparato, los más alarmistas ya auguraron una desaparición del libro que nunca llegaría. Nada más lejos de la realidad: en el despegue comercial de la televisión en Estados Unidos (1947-1960)[1], período durante el cual tanto sus estaciones transmisoras como el número de aparatos se multiplicaron a una velocidad astronómica, la cantidad de títulos de libros se duplicó, pasando de siete mil a quince mil. Y siguió creciendo, doblando nuevamente sus cifras en los próximos siete años, cuando la gran mayoría de los hogares contaban con un televisor como nuevo miembro de la familia.
Lo cierto es que el libro no es ya un simple cúmulo de celulosa y letras. El libro se ha convertido en un objeto sagrado. Se ha mitificado de tal forma y son tantos sus seguidores que las posibilidades de su desaparición son, se podría decir, absolutamente inexistentes. Incluso si encontrásemos la forma de instalar un sistema en nuestro cuerpo con el que poder descargar libros desde un pendrive y darlos, al instante, por leídos, incluso así, el libro quedaría perenne para aquellos “puristas” que prefieren su tacto y su presencia en una biblioteca personal. La gente se enorgullece no solo de leer libros, sino también de tenerlos, poseerlos. Eso explica el rechazo por buena parte de los lectores al libro electrónico. Aun sabiendo de su fácil transporte, su capacidad de almacenaje, búsqueda, categorización, luz y, cabe también mencionar a pesar de la violación legal que supone el gesto, posible acceso a bajo coste o coste cero (teniendo en cuenta que cada vez son más los proyectos de digitalización que permiten el libre acceso a libros libres ya de derechos, por lo que hay una opción alternativa y legal al pirateo), aún queda quien se niega a dar el paso hacia la tecnología. Así lo confesaba Fran Chaparro, buen escritor y mejor lector, en la presentación de su opera prima Historias de la niebla (Hélade), que tuvo lugar el pasado sábado 19 de enero en La Buhardilla, San Fernando. Él admite su utilidad y todo cuanto nos ofrece, pero, según él, donde esté el tacto de un libro, el olor, su forma, su diseño y maquetación, las portadas de piel, las hojas gastadas, los nervios y todo el trabajo que podemos observar en su forma, que se quite una simple pantalla —“pero nunca diré de esta agua no beberé”—. Y no es que el saber ocupe lugar, pero sí necesita cierto espacio el tesoro personal que constituyen las obras que han marcado la vida de uno. El libro nos regala, entonces, un doble placer: el de leerlo y poseerlo, siendo este último a veces más intenso que el primero. El mismo Fran Chaparro
decía que entre navidades y lo que llevamos de año, apenas unas semanas, había comprado unos cuarenta libros y leído apenas unos quince. No cabe duda de que su biblioteca es todo un orgullo para él, y eso sería imposible con un libro electrónico. Raquel Córcoles, la autora de las historias de Moderna de Pueblo y Cooltureta, hizo unas viñetas sobre el tema, con mucho humor y con toda la razón.

Pues bien, ahora que no solo ha llegado el libro electrónico amenazando las ventas y el uso del papel, sino que, cada vez más, la vida en general y la literatura en particular se desarrollan, en gran parte, en las inmensidades de Internet, ahora que estamos sumergidos en la era informática, vuelven esos rumores que hablan del fin del libro y de que la literatura tal como hoy la conocemos comienza a tambalearse a causa de la crisis económica y la revolución tecnológica[2]. Una vez más, están equivocados y de qué manera, pues no solo Internet no ha hecho disminuir las ventas o el nacimiento de nuevos títulos, sino que ha sido el lugar de gestación de una nueva era que, lejos de acabar con la literatura que hasta hoy nos ha llegado, amplía notablemente sus horizontes. Pero ese temor lleva a ahondar en la siguiente cuestión: ¿qué ofrece la tecnología e Internet a la literatura?
Hoy día cualquiera que tenga acceso a Internet puede escribir, lo que ha dado mucho que hablar. Ese “cualquiera” no dice nada bueno de una literatura que todos querríamos que fuese “literatura de calidad”. De esto cabe decir varias cosas. La escritura hace tiempo que dejó de ser un fin cultural para ser una empresa, aunque a algunos les cueste admitirlo. Juan José Millás[3] escribió un artículo en el país acerca del “consumo cultural”, afirmando que el propio término es una contradicción en sí misma, pues la cultura no es un producto que se pueda consumir. “O es consumo o es cultural”, dice, pero la realidad es bien distinta. Una editorial no quiere en su catálogo un libro bonito pero imposible de vender. Y un servicio editorial admitirá cualquier libro que se acerque a su línea siempre y cuando su autor pague el precio acordado. Esto quiere decir que, gracias a la coedición, todo el que tuviera el dinero suficiente —que no es demasiado— podría escribir, publicar y distribuir su libro. De hecho, la gente que tiene mucho dinero —y cierta fama— no necesita siquiera escribir, publicar ni distribuir para que haya un libro con su firma en todos los escaparates —esto es, aquellos que cuentan con un negro literario[4], que son profesionales que se dedican a escribir libros para otra persona, que firmará dicho libro como si fuese suyo, algo que, aunque al lector le suene a engaño, es legal—. Con lo cual, ese libre acceso a convertirse en uno más dentro del panorama literario público no es exclusivo de Internet, aunque este lo haya hecho más fácil. Por otra parte, la palabra “cualquiera”, que viene a significar “cualquier persona, conocida o no, ya sea de origen humilde o de la realeza, sin importar su naturaleza o habilidad”, para algunos tiene un sentido tan peyorativo como la llamada “literatura de masas” o “literatura comercial”. Es un pensamiento muy extendido aquel que degrada la literatura antes mencionada, con títulos como la ya tan conocida 50 sombras de Grey, a un nivel menor que la literatura “culta”, como puede ser la poesía, cuando lo cierto es que no se puede meter todo en el mismo saco, pues dentro de los best-sellers encontramos obras tan dispares como Ambiciones y Reflexiones, de Belén Esteban, o El nombre de la rosa, de Umberto Eco. Y muchas veces se califica prejuiciosamente al best-seller como un libro de usar y tirar, cuando muchos de nosotros hemos crecido con alguno de ellos, con la saga Harry Potter, de J. K. Rowling. Hay, por otra parte, quien entiende la “buena literatura”, distinguiéndola así de la “mala literatura” o “literatura de masas”, por aquella que está escrita con verdadera pasión[5], casi por vicio o necesidad, y no con fines económicos, pero, como bien es sabido, querer no siempre es poder y hace falta algo más que amor para que te salga una buena berza. Aunque lo cierto es que los mayores éxitos han sido escritos por gusto, por casualidad, incluso. Hay casos como los de Stephen King o Ken Follet, que tienen la fórmula de la Coca-Cola como quien dice, y se pueden permitir el lujo de comerciar con sus obras como si fuesen acciones de bolsa, aunque este no fuera el fin primero de sus escritos. Hay otros, como el de J. K. Rowling[6], que comenzó su mágica historia desde la pobreza y desesperanza, siendo casi una sintecho, y que hizo de su libro su vía de escape, primero psicológica y después físicamente, consiguiendo, tras varias negativas —diez fueron las editoriales que rechazaron su ópera prima[7]—, publicar la saga que le llevaría al éxito. Y luego están los casos como el de E. L. James[8], que comenzó su obra por diversión y entretenimiento personal, haciendo experimentos con personajes de otra saga, y que obtuvo como resultado un libro mundialmente leído, a la par que criticado. Criticado por no tener el estilo prosaico de Borges ni las entramadas historias de Agatha Christie. Una buena cantidad de personas se han atrevido a sentenciar: “eso no es literatura”. Más de la mitad de esas personas añadirían luego: “pero yo no lo he leído; ni loco me leo esa cosa tan mala”. Pero lo cierto es que todo escritor que se precie busca dos cosas: vender y trascender. Así, podríamos hacer dos grandes grupos dentro de los best-sellers: los que venden de un tirón y luego es sustituido por otro, y los que venden y quedan en la memoria de sus lectores, y quedarán al paso de los años, convirtiéndose en los clásicos nacidos en los siglos XX y XXI, lo cual dependerá del impacto que tenga un libro no en un lector, sino en millones de ellos. Nadie tiene derecho a decidir cuál es un buen libro o cuál no, pero, con el tiempo, las cifras y la memoria hablan por sí solas.




[1] Gabriel Zaid, Los demasiados libros, Debolsillo, Barcelona (2010), pp. 18 y 19.
[2] Patricio Pron, “Crisis”, El libro tachado, Turner Publicaciones, Madrid (2014).
[3] Juan José Millás, art. “Un ataque político a las formas de vida”, periódico El País, 26 de diciembre de 2013.
[4] Página web donde negros literarios ofrecen sus servicios: http://www.negrosliterarios.com/
[5] Almudena Grandes, art. “Elogio de la Literatura”, periódico El País, 2 de junio de 2013.
[6] “So I think it fair to say that by any conventional measure, a mere seven years after my graduation day, I had failed on an epic scale. An exceptionally short-lived marriage had imploded, and I was jobless, a lone parent, and as poor as it is possible to be in modern Britain, without being homeless. The fears that my parents had had for me, and that I had had for myself, had both come to pass, and by every usual standard, I was the biggest failure I knew. Now, I am not going to stand here and tell you that failure is fun. That period of my life was a dark one, and I had no idea that there was going to be what the press has since represented as a kind of fairy tale resolution.” Discurso de J. K. Rowling en Harvard, 2008.
[7] Juan Carlos de León, “Los errores de la historia de la Literatura”, Casa del Tiempo, n.º 21, julio de 2009, Universidad Autónoma Metropolitana.

jueves, 2 de abril de 2015

El dialecto andaluz I

Son muchos los tópicos sobre los andaluces y a todos nos meten en el mismo saco, pero la realidad dialectal (gramática, morfológica y, sobre todo, fonéticamente hablando) nos muestra un andaluz variopinto y caprichoso, generalmente diferenciado en zonas este y oeste, aunque no siempre.

Vocales

En primer lugar, hay una clara diferenciación entre la zona occidental y la oriental en el sistema vocálico, pues la primera tiene cinco vocales (a, e, i, o, u) y la segunda tiene diez (las anteriores más su versión abierta -a lo que comúnmente se le llama "hablar con una papa en la boca" y técnicamente "palatalización de la vocal" o algo así). Véase el caso de las zonas de Puente Genil, Estepa, Casariche y Alameda (Córdoba, Sevilla y Málaga), donde se habla como a todos nos ha dado alguna vez cuando chicos: todo con la e: ¿Qué té ehtá uhté, igüé, iho, o mé mé? (traducción: ¿qué tal está usted, igual, hijo, o más mal?). A veces, incluso, esta palatalización sirve para distinguir el singular del plural: graná/grané

La división de este desdoblamiento vocálico o ausencia del mismo es más o menos la siguiente:



Así, según su pronunciación vocálica, Andalucía queda dividida en dos: la zona occidental (Huelva, Sevilla, Cádiz, oeste de Córdoba y puntos más occidentales de Málaga) y la zona oriental (Jaén, Granada, Almería, Casi toda Córdoba, gran parte de Málaga y algunos puntos de la sierra norte de Sevilla). 

Cabe decir que esto es desde un punto de vista muy generalizado, que después en su casa cada uno habla como le da la real gana, y los usos fonéticos están sujetos al mismo contexto. Así, un gaditano de pura cepa podrá decir "no me lo puedo de creÉ", cosa que en escrito transcribiríamos como "creéh", cuando en realidad no se trata de una aspiración sino de una palatalización, digo yo.

martes, 24 de marzo de 2015

En lo bueno y en lo malo

La vida tiene una curiosa, cínica y macabra forma de decirte que estás en sus manos. Si hay alguien en algún lugar manejando los hilos es algo que, quizá, nunca sabremos, tal vez porque la respuesta es tan simple como calificar de absurda semejante cuestión. Pero hay, a veces, casualidades tan inverosímiles e inesperadas que te hacen sentirte como si fueras un personaje de best seller. Pero no de una novela cualquiera, sino de una de esas que te hacen odiar profundamente al autor por jugar tan cruelmente con tus sentimientos y someter a todos los partícipes, personajes y lectores, a un dolor tan profundo. Prim no debía morir. No después de todo. Porque, tras toda pérdida, siempre queda alguien preguntándose para qué. Y eso no es justo.