miércoles, 31 de diciembre de 2014

Para facilitar la despedida.

Parece que, una vez más, llegamos a uno de esos puntos de inflexión que tanto nos gustan. El comienzo de un nuevo año es como un "el lunes empiezo" pero a lo grande, aunque igualmente poco efectivo. De todo lo que me propuse hacer en este año no he cumplido absolutamente nada y creo que debo dar gracias por ello. Aunque, curiosamente, y en definitivas cuentas, mi objetivo para el 2015 viene siendo el mismo: más y mejor. 

Que se me vienen las fechas encima y tengo proyectos que acabar, tallas que dar, expectativas que cumplir, pero de eso ya me preocuparé mañana.

Hoy toca decir adiós a este año, época de transición y crecimiento personal (mental, profesional y de todo menos físico, que eso ya tengo asumido que va a ser que no), y hacerlo brindando por todo aquello que hicimos mal alguna vez pero que tan malo no tuvo que ser cuando nos encontramos hoy día donde estamos, en la puta cima del universo. 

Amigos, feliz 2015 y felices todos nosotros.


sábado, 1 de noviembre de 2014

Un año más, Halloween.

Un año más, Halloween. La noche de los muertos vivientes, de los fantasmas, del terror... Una excusa más para vestirse de mamarracho y salir a beber, aunque coincida en martes, sin que te miren mal. Y yo, para qué mentir, soy uno más. Cada año, desde hace unos cuantos, sigo la misma rutina, y hoy no será distinto. Por la mañana toca comprar caramelos para los pequeños a los que no les dé pereza subir las cinco plantas sin ascensor hasta llegar a mi puerta. Tanto esfuerzo merece una buena recompensa: caramelos de todos los sabores de dos por cinco céntimos, que tampoco está la cosa para ir regalando ferreros rocher. Al llegar a casa, improviso algún disfraz medio cutre y después, adorno el portón con las arañitas de plástico de mi hermano pequeño y decoro las esquinas con telarañas hechas de pegamento a lo Art Attack, rodeando las terroríficas letras que forman un mensaje tentador: "Llama si te atreves". En la entrada siempre cuelgo a mi querido esqueleto, regalo de las vacaciones de 2007, cuando decidí que quería estudiar medicina decisión de la que me arrepentí meses después, todo hay que decirlo. Son mis padres los que se dedican después a vestir a mi amigo Rodolfo el esqueleto. Su atuendo no suele ir más allá de una boina de los años de juventud de mi padre, el típico fular de colores terrosos y líneas que forman perpendiculares y una pipa, propiedad de mi ya difunto abuelo, quien disfrutaba más que nadie de estas fiestas. Siempre he pensado que la única forma de hacer del terror un gozo es darle un toque de humor. No sé qué hay de divertido en sufrir pequeños infartos viendo películas de chinos de ojos blancos, espejos, maderas crujientes y muchachas escuálidas y paliduchas sin rostro. Las pocas películas de terror que he catado siempre ha sido en compañía de unos cuantos amigos y algún que otro cubata. Por eso me gusta adornar la casa y formar parte de este juego terroríficamente desternillante. Me gusta hacer que los críos se rían del miedo, de los fantasmas, vampiros, zombies y demás criaturas del género. Me gusta hacer que los críos salgan corriendo, gritando y riendo, bajando las cinco plantas que tanto esfuerzo les ha costado subir. Los más valientes se asoman después al otro lado de la esquina de las escaleras, dejándome ver una media sonrisa y una mirada pícara. Es entonces cuando salgo corriendo tras ellos con Rodolfo a cuestas. Sus gritos hacen aullar a los perros del edificio y yo me parto de la risa. A eso de las once ya no hay niños inocentes recorriendo las calles. Los que llaman a esas horas tienen edad suficiente para mirar con desdén a mi amigo esquelético y la maldad necesaria para tirarte un huevo en la puerta si, tras la exigencia de unos dulces, se llevan la terrible decepción de saber que ya se han acabado. Por eso, llegando esa hora, mis padres apagan las luces y se encierran en el salón con la tele puesta a bajo volumen y yo cojo el camino hacia la zona de botellón. Las expectativas son las mismas que cada sábado: unas risas con los colegas y el colocón justo y necesario para permitirme el lujo de hacer el tonto y decir algunas verdades sin que la culpa sea mía, sino del alcohol. Lo único que cambia esta noche es la esperanza de que alguna vampiresa con poca tela se contonee un poco delante de mí. Hay disfraces de todo tipo: zombies, brujas, fantasmas de sábana con agujeros y cadenas de plástico, hipsters vampíricos, el virus del ébola y hasta incluso algún que otro político. Los que tienen máscaras buscan a la desesperada una cañita con la que tomarse el cubata; los que llevan motosierras de juguete no saben con qué mano agarrar el vaso y los de caras blancas y/o ensangrentadas van dejando su firma por todas las personas a las que saluda con los típicos dos besos. Yo me entretengo observando a todos estos individuos, hijos de dios, y estudiando la evolución, cada vez más desgastada, de la noche. Cuando son las cinco de la mañana, el parque se mueve por oleadas, con sus caminantes dando tumbos de uno a otro lado, y sus rostros muestran una amalgama de colores, mezcla de tanto baile y tanto sobeteo. Los que se llevaron horas frente al espejo antes de salir por la puerta de sus casas no son ahora más que un borrón propio de Munch, que, mirándolo bien, asusta más que antes. La masa se va dispersando. La gente empieza a echar de menos la cama. Algunos tienen la suerte de no volverse solos aunque quizá la mitad de ellos descubran lo que es el verdadero terror al descubrir a la mañana siguiente quién aguarda al otro lado de la cama. Yo no me he comido una rosca, como viene siendo ya una costumbre, y el efecto del alcohol ha pasado de darme risa a darme morriña. Es hora de volver. Aunque hago el intento de despedirme, algunos de mis amigos no saben ya ni dónde están, así que me doy por vencido y pongo rumbo a casa. Por el camino me cruzo con gente ya acabada. Cualquiera diría que el apocalipsis zombie ha llegado: fantasmas zombies, vampiros zombies, zombies zombies... Todos caminan por la calle arrastrando los pies y perdiendo prendas, tridentes y cadenas, aparcando en cualquier esquina a evacuar o aprovechando cualquier recoveco para darse un homenaje. Sí, definitivamente son zombies sin instinto; zombies caducos que volverán a la vida racional después de unas horas de reposo. Cada vez va habiendo menos gente, pero ya estoy a tan solo diez minutos de mi casa. Este podría ser el comienzo de una película de miedo, pienso y sonrío. Es lo típico que se te cruza por la cabeza tal día como hoy, como cuando vuelves del cine de ver cualquier película de miedo, entras en el baño y no puedes dejar de mirar tu retaguardia a través del espejo, pero siempre con una sonrisa de "qué gracia, me podría atacar una mujer maligna y fantasmagórica de repente, qué gracia, sí, pero yo me voy de aquí cagando leches". Es una tensión que pretende ser despreocupada pero no lo consigue. Se escuchan unas risas a lo lejos: una pareja se está dando el lote dentro de un coche. A estos les queda aún fiesta para rato. Ya casi he llegado a mi casa. Justo al doblar la esquina me tropiezo con un chico con el típico delantal de carnicero cubierto de manchas rojas.
¡Joder, chaval! ¡Qué susto! le digo, y noto que él también ha tenido que sufrir ese microinfarto de película de miedo, porque sus ojos están abiertos de par en par mostrando un rostro tan inexpresivo como inquietante. Buen disfraz.
Se ha quedado paralizado y, sin cambiar el gesto, contesta:
¿Qué disfraz?

lunes, 20 de octubre de 2014

Sobre Juan Rulfo y su estudio en ESO

Quisiera hablar de la obra de Juan Rulfo; en particular, su libro de relatos El llano en llamas, pues, aunque no es su ópera magna, su formato, el relato, se hace más manejable a la hora de tratar sus textos en clase. Como toda obra hispanoamericana contemporánea, enmarcaríamos sus textos en el cuarto curso de secundaria.
Esta obra, una de las más importantes del autor —si bien estas no son muchas—, habla del hombre mejicano de la Revolución, y hace una crítica social a lo largo de los diecisiete relatos de los que consta, mostrando la realidad del hombre de a pie y su entorno. Sus relatos parecen sacados de un patio de vecinos, de la anécdota, pues algunas de sus historias se presentan con una naturalidad que solo la cotidianidad del hecho puede dar, a pesar de la dureza de las mismas.
Juan Rulfo, nacido en Méjico un 16 de mayo de 1917, fue escritor, guionista y fotógrafo. Pasó su infancia en un pueblo pequeño, una villa rural llena de supersticiones y durezas, y quedó huérfano de padre a la temprana edad de siete años. A los doce años, habiendo fallecido también su madre, fue a vivir con su abuela a Guadalajara, donde inició sus estudios. Al fallecer la abuela, quedó en un orfanato de Guadalajara varios años, durante los cuales presenció los violentos episodios de la rebelión cristera[1]. Intentó, en 1933, ingresar en la Universidad de Guadalajara, pero pronto desistió por encontrarse esta en huelga. Con este motivo, a sus diecisiete años marchó a Méjico. Allí, en 1938, empieza a colaborar en la revista América y, unos años más tarde, en 1942, aparecieron publicados dos de sus cuentos[2] en la revista Pan, que luego formarían parte de El llano en llamas, que se publicaría en 1953. Dos años después, publica su más ilustre obra: Pedro Páramo. Con tan solo esas dos obras pasó a ser considerado uno de los grandes autores de la literatura universal, llevándole a conseguir el Premio Nacional de Literatura en Méjico (1970) y el premio Príncipe de Asturias en España (1983). Escribió también guiones y algún que otro cuento, así como la novela, también de gran reconocimiento, El gallo de oro (1963) pero, según él mismo reconoció más tarde, escribir Pedro Páramo le produjo tanto dolor que necesitó alejarse de aquella agonía que era para él la escritura, dejándonos así, a su muerte (1986), un breve, aunque magnífico, legado literario.
Siendo contemporáneo a Gabriel García Márquez[3], buen amigo suyo, y a Jorge Luis Borges[4], quien alabó su obra diciendo que Pedro Páramo es una de las mejores novelas, si no la mejor, de la literatura hispanoamericana y una imprescindible de la literatura universal, Juan Rulfo ha pasado desapercibido a los ojos de los estudiantes españoles, que no a los del resto del mundo[5]. Su obra nos muestra realidades desoladoras que bien se pueden dar tanto hoy día como hace cincuenta años; realidades de las que un adolescente de 15 o 16 años (edad con la que se cursa 4º de ESO) debería ser consciente. La aceptación del mundo que nos condiciona, la capacidad y el deseo de superación ante la adversidad de una realidad que nos viene dada y la desesperanza ante un destino inexorable son algunos de los temas que encontrarán a lo largo de los diecisiete relatos.
            Para mostrar estos rasgos, he seleccionado unos fragmentos del relato “Es que somos muy pobres” en primer lugar, y de “Talpa” en segundo lugar.

            Es que somos muy pobres
Aquí todo va de mal en peor. La semana pasada se murió mi tía Jacinta, y el sábado, cuando ya la habíamos enterrado y comenzaba a bajársenos la tristeza, comenzó a llover como nunca. A mi papá eso le dio coraje, porque toda la cosecha de cebada estaba asoleándose en el solar. Y el aguacero llegó de repente, en grandes olas de agua, sin darnos tiempo ni siquiera a esconder aunque fuera un manojo; lo único que pudimos hacer, todos los de mi casa, fue estarnos arrimados debajo del tejabán, viendo cómo el agua fría que caía del cielo quemaba aquella cebada amarilla tan recién cortada.
Y apenas ayer, cuando mi hermana Tacha acababa de cumplir doce años, supimos que la vaca que mi papá le regaló para el día de su santo se la había llevado el río.
El río comenzó a crecer hace tres noches, a eso de la madrugada. Yo estaba muy dormido y, sin embargo, el estruendo que traía el río al arrastrarse me hizo despertar enseguida y pegar el brinco de la cama con mi cobija en la mano, como si hubiera creído que se estaba derrumbando el techo de mi casa. Pero después me volví a dormir, porque reconocí el sonido del río y porque ese sonido se fue haciendo igual hasta traerme otra vez el sueño.
Cuando me levanté, la mañana estaba llena de nublazones y parecía que había seguido lloviendo sin parar. Se notaba en que el ruido del río era más fuerte y se oía más cerca. Se olía, como se huele una quemazón, el olor a podrido del agua revuelta.
(…) No acabo de saber por qué se le ocurriría a la Serpentina pasar el río este, cuando sabía que no era el mismo río que ella conocía de a diario. La Serpentina nunca fue tan atarantada. Lo más seguro es que ha de haber venido dormida para dejarse matar así nomás por nomás. A mí muchas veces me tocó despertarla cuando le abría la puerta del corral porque si no, de su cuenta, allí se hubiera estado el día entero con los ojos cerrados, bien quieta y suspirando, como se oye suspirar a las vacas cuando duermen.
Y aquí ha de haber sucedido eso de que se durmió. Tal vez se le ocurrió despertar al sentir que el agua pesada le golpeaba las costillas. Tal vez entonces se asustó y trató de regresar; pero al volverse se encontró entreverada y acalambrada entre aquella agua negra y dura como tierra corrediza. Tal vez bramó pidiendo que le ayudaran. Bramó como sólo Dios sabe cómo.
(…) La apuración que tienen en mi casa es lo que pueda suceder el día de mañana, ahora que mi hermana Tacha se quedó sin nada. Porque mi papá con muchos trabajos había conseguido a la Serpentina, desde que era una vaquilla, para dársela a mi hermana, con el fin de que ella tuviera un capitalito y no se fuera a ir de piruja como lo hicieron mis otras dos hermanas, las más grandes.
Según mi papá, ellas se habían echado a perder porque éramos muy pobres en mi casa y ellas eran muy retobadas. Desde chiquillas ya eran rezongonas. Y tan luego que crecieron les dio por andar con hombres de lo peor, que les enseñaron cosas malas. Ellas aprendieron pronto y entendían muy bien los chiflidos cuando las llamaban a altas horas de la noche. Después salían hasta de día. Iban cada rato por agua al río y a veces, cuando uno menos se lo esperaba, allí estaban en el corral, revolcándose en el suelo, todas encueradas y cada una con un hombre trepado encima.
Entonces mi papá las corrió a las dos. Primero les aguantó todo lo que pudo; pero más tarde ya no pudo aguantarlas más y les dio carrera para la calle. Ellas se fueron para Ayutla o no sé para dónde; pero andan de pirujas.
Por eso le entra la mortificación a mi papá, ahora por la Tacha, que no quiere que vaya a resultar como sus otras dos hermanas al sentir que se quedó muy pobre viendo la falta de su vaca, viendo que ya no va a tener con qué entretenerse mientras le da por crecer y pueda casarse con un hombre bueno que la pueda querer para siempre. Y eso ahora va a estar difícil. Con la vaca era distinto, pues no hubiera faltado quien se hiciera el ánimo de casarse con ella, solo por llevarse también aquella vaca tan bonita.
La única esperanza que nos queda es que el becerro esté todavía vivo. Ojalá no se le haya ocurrido pasar el río detrás de su madre. Porque si así fue, mi hermana Tacha está tantito así de retirado de hacerse piruja. Y mamá no quiere.
Mi mamá no sabe por qué Dios la ha castigado tanto al darle unas hijas de ese modo, cuando en su familia, desde su abuela para acá, nunca ha habido gente mala. Todos fueron criados en el temor de Dios y eran muy obedientes y no le cometían irreverencias a nadie. Todos fueron por el estilo. Quién sabe de dónde les vendría a ese par de hijas suyas aquel mal ejemplo. Ella no se acuerda. Le da vueltas a todos sus recuerdos y no ve claro dónde estuvo su mal o el pecado de nacerle una hija tras otra con la misma mala costumbre. No se acuerda. Y cada vez que piensa en ellas, llora y dice: "Que Dios las ampare a las dos".
(…) Y Tacha llora al sentir que su vaca no volverá porque se la ha matado el río. Está aquí a mi lado, con su vestido color de rosa, mirando el río desde la barranca y sin dejar de llorar. Por su cara corren chorretes de agua sucia como si el río se hubiera metido dentro de ella.
Yo la abrazo tratando de consolarla, pero ella no entiende. Llora con más ganas. De su boca sale un ruido semejante al que se arrastra por las orillas del río, que la hace temblar y sacudirse todita, y, mientras, la creciente sigue subiendo. El sabor a podrido que viene de allá salpica la cara mojada de Tacha y los dos pechitos de ella se mueven de arriba abajo, sin parar, como si de repente comenzaran a hincharse para empezar a trabajar por su perdición.
Este relato nos habla de una familia humilde que ha sufrido, tras la muerte de la tía Jacinta, la pérdida de sus víveres a causa de un diluvio que ha provocado una riada, echando a perder sus cosechas y arrasando con todo lo que estuviera a su paso, incluida la Serpentina, la vaca que justo le había regalado el cabeza de familia a Tacha, la hija menor.
            La narración se nos da en primera persona. No se dice la edad del narrador, ni siquiera si es menor o mayor a Tacha, de la que sí sabemos la edad (doce años), pero, a juzgar por el vocabulario y el tono de la narración, no debe de ser más que un niño o estar en su adolescencia más temprana. Este hecho, la corta edad tanto del narrador como de Tacha, da crudeza a la historia, pues ambos son realmente conscientes de su suerte, su pérdida y su desafortunado destino.
Como dice nada más comenzar: “Aquí todo va de mal en peor”. Aunque el texto hace mención a la fe, es la Naturaleza y no Dios quien marca la fortuna y el destino de los hombres. Ella te lo da y ella te lo quita. Y aunque la madre quiso llevar a sus hijas por el buen camino, aunque “todos fueron criados bajo el temor de Dios”, su propia naturaleza, su instinto de supervivencia, las llevó a desviarse del camino que dicta el señor y buscar de dónde comer. Sabiéndolas perdidas, la madre no puede sino agarrarse a su fe y rezar por ellas: “Que Dios las ampare a las dos”. La madre toma la condición de sus hijas como un castigo divino, y el padre sabe que fue por necesidad, porque son muy pobres, pero sigue siendo un pecado intachable, pues si la Naturaleza está por encima de Dios, la moral y la honra están por encima de todo. Por eso intenta, con mucho trabajo, marcar el cambio en la vida de su hija menor. Tacha, a sus doce años, tiene conocimiento de esto, y todas sus esperanzas estaban puestas en la Serpentina, pues en su tierra tanto tienes, tanto vales, y solo con una buena dote podría conseguir un hombre de provecho que la quisiera. Querer, de querer poseer y no de amar.
Y el río se hace dolor. “Por su cara corren chorretes de agua sucia como si el río se hubiera metido dentro de ella”. Ese río es la toma de conciencia. Todos lo están observando: el agua sigue su curso y se lleva con ella el futuro y la inocencia de Tacha. La vaca, además de una dote que entregar junto con la mano de Tacha, serviría de abastecimiento a la familia, además de una provisión para tiempos de necesidad. “El sabor a podrido que viene de allá salpica la cara mojada de Tacha”. Hay cierto regodeo en ese dolor. Esas gotitas que salpican el rostro de la pobre niña son como un eco de la verdad que abofeteó su cara horas antes. Se dan en el relato algunos símiles entre el río y Tacha, como el ruido o el hedor, que dan a entender que Tacha será tan devastadora como lo ha sido el río.
Por otra parte, queda el quizá, el becerro, que, muerto o vivo, está desaparecido. Encontrarlo o no parece cosa del azar, del destino. Y por improbable que fuera, ya es algo a lo que agarrarse, para no darlo todo por perdido y continuar esperanzados por muy negro que se pinte el devenir. Este factor contrasta altamente con el tono fatalista del texto, el que asegura el deshonroso e inmutable destino de la pequeña. Este futuro escrito es una rendición de la familia frente a esa chispa de luz que da el posible hallazgo del becerro. Cede, de esta forma, la propia vida a la Naturaleza, dando a entender que el destino es algo contra lo que no se puede luchar, al igual que no se puede impedir que llueva. De ahí el final del relato como antecedente a lo que, de forma irrefrenable, está por venir: “El sabor a podrido que viene de allá salpica la cara mojada de Tacha y los dos pechitos de ella se mueven de arriba abajo, sin parar, como si de repente comenzaran a hincharse para empezar a trabajar por su perdición”.
En conclusión, este relato puede llevar a la sensibilización y conciencia del alumnado, pues hoy día sigue habiendo un gran número de familias que subsisten del autoabastecimiento y que están condicionadas por factores naturales. Aun en el mundo desarrollado, año tras año, miles de familias pierden sus casas y todos sus haberes por inundaciones, terremotos, incendios forestales y otras catástrofes.
Podrán reflexionar, también, acerca de la inexorabilidad o no del destino, y de las restricciones que causan el entorno: dinero, cultura, religión, sociedad, salud, condiciones naturales, política y un largo etcétera. Esto, quizá, les dará un tanto de ambición y autonomía: esa rebeldía de no dejarse llevar por las masas y pensar por y para uno mismo.
También se deberá tener en cuenta el tema de la pérdida de la inocencia: ¿cuándo deja uno de ser un niño? ¿En qué momento los padres ceden a sus hijos la opción a decidir por sus propias vidas?
Y no debemos dejar a un lado su riqueza literaria. Además del contenido, los alumnos pueden analizar el léxico, los símiles, la simbología, la coherencia del texto, el hilo temporal o el tono de la narración, entre otras características.
Uno de sus temas principales, el destino, ha sido muy recurrente a lo largo de la historia de la literatura. Uno de los autores que tienen este rasgo siempre presente en sus obras es el magnífico escritor colombiano, ya nombrado anteriormente, contemporáneo y amigo de Juan Rulfo, Gabriel García Márquez.

En su más que conocida novela El amor en tiempos del Cólera, García Márquez hace alusión al destino como algo contra lo que no se puede luchar, sino que uno debe aceptar, asumir y enfrentarse a él de la mejor manera que sea capaz, como sucede en la tercera cita expuesta a la izquierda (página 33). Dice en su novela: “Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados”. El destino está ya escrito y, en muchas ocasiones, lo está de forma que es conocida por todos, como ese final irresoluble de los amores contrariados. En la segunda cita que presentamos, el destino reitera su condición ajena a la voluntad del hombre y a su propia persona. Por último, en la cuarta cita, vemos cómo se dejan guiar por este destino que juega a su antojo con sus personajes como si de marionetas se trataran; cómo los lleva a un final que “ningún poder humano había de impedir”.
Así aparece el destino en esta novela hasta un total de treinta y dos veces, y así García Márquez plasma esa misma idea en su novela corta Crónica de una muerte anunciada, cuyo título ya revela al lector el fin de la misma, así como se repite una ingente cantidad de veces dicho final y, aun siendo de esta manera, el lector mantiene la absurda esperanza de que nuestro querido Santiago Nasar, desdichado protagonista de la historia, escape de ese fin que ya le estaba previsto; y es que era tan improbable que sucediera y fueron tantas casualidades las que tuvieron que darse que, aun estando avisados de antemano desde el segundo uno de la tragedia, a uno le coge por sorpresa.
Asimismo, Borges habla del destino y se refiere a él como “lo inevitable” y Lorca también encarcela a sus personajes en un destino fatal del que solo pueden escapar con la muerte, símbolo de libertad; en cambio, en el El Cantar de Mio Cid, se entiende por destino el deber de uno y así su protagonista lucha por llegar al fin que él mismo entiende para sí, y Shakespeare, sin embargo, pensaba que el destino no está escrito, sino que lo va tejiendo uno a cada paso que da, resultado de cada decisión.
Se puede decir, según nos dicta la mayoría de las obras literarias y la creencia de un gran porcentaje de los mortales, que la suerte está echada, que cada uno juega con las cartas que la vida le da al nacer y que no hay as alguno que sacarse de la manga.
           
            Talpa
Natalia se metió entre los brazos de su madre y lloró largamente allí con un llanto quedito. Era un llanto aguantado por muchos días, guardado hasta ahora que regresamos a Zenzontla y vio a su madre y comenzó a sentirse con ganas de consuelo. 
Sin embargo, antes, entre los trabajos de tantos días difíciles, cuando tuvimos que enterrar a Tanilo en un pozo de la tierra de Talpa, sin que nadie nos ayudara, cuando ella y yo, los dos solos, juntamos nuestras fuerzas y nos pusimos a escarbar la sepultura desenterrando los terrones con nuestras manos -dándonos prisa para esconder pronto a Tanilo dentro del pozo y que no siguiera espantando ya a nadie con el olor de su aire lleno de muerte-, entonces no lloró.
(…) Porque la cosa es que a Tanilo Santos entre Natalia y yo lo matamos. Lo llevamos a Talpa para que se muriera. Y se murió. Sabíamos que no aguantaría tanto camino; pero, así y todo, lo llevamos empujándolo entre los dos, pensando acabar con él para siempre. Eso hicimos.
La idea de ir a Talpa salió de mi hermano Tanilo. A él se le ocurrió primero que a nadie. Desde hacía años que estaba pidiendo que lo llevaran. Desde hacía años. Desde aquel día en que amaneció con unas ampollas moradas repartidas en los brazos y las piernas. Cuando después las ampollas se le convirtieron en llagas por donde no salía nada de sangre y sí una cosa amarilla como goma de copal que destilaba agua espesa. Desde entonces me acuerdo muy bien que nos dijo cuánto miedo sentía de no tener ya remedio. Para eso quería ir a ver a la Virgen de Talpa; para que Ella con su mirada le curara sus llagas. Aunque sabía que Talpa estaba lejos y que tendríamos que caminar mucho debajo del sol de los días y del frío de las noches de marzo, así y todo quería ir. La Virgencita le daría el remedio para aliviarse de aquellas cosas que nunca se secaban. Ella sabía hacer eso: lavar las cosas, ponerlo todo nuevo de nueva cuenta como un campo recién llovido. Ya allí, frente a Ella, se acabarían sus males; nada le dolería ni le volvería a doler más. Eso pensaba él.
Y de eso nos agarramos Natalia y yo para llevarlo. Yo tenía que acompañar a Tanilo porque era mi hermano. Natalia tendría que ir también, de todos modos, porque era su mujer. Tenía que ayudarlo llevándolo del brazo, sopesándolo a la ida y tal vez a la vuelta sobre sus hombros, mientras él arrastrara su esperanza.
Yo ya sabía desde antes lo que había dentro de Natalia. Conocía algo de ella. Sabía, por ejemplo, que sus piernas redondas, duras y calientes como piedras al sol del mediodía, estaban solas desde hacía tiempo. Ya conocía yo eso. Habíamos estado juntos muchas veces; pero siempre la sombra de Tanilo nos separaba: sentíamos que sus manos ampolladas se metían entre nosotros y se llevaban a Natalia para que lo siguiera cuidando. Y así sería siempre mientras él estuviera vivo.
Yo sé ahora que Natalia está arrepentida de lo que pasó. Y yo también lo estoy; pero eso no nos salvará del remordimiento ni nos dará ninguna paz ya nunca. No podrá tranquilizarnos saber que Tanilo se hubiera muerto de todos modos porque ya le tocaba, y que de nada había servido ir a Talpa, tan allá, tan lejos; pues casi es seguro de que se hubiera muerto igual allá que aquí, o quizás tantito después aquí que allá, porque todo lo que se mortificó por el camino, y la sangre que perdió de más, y el coraje y todo, todas esas cosas juntas fueron las que lo mataron más pronto. Lo malo está en que Natalia y yo lo llevamos a empujones, cuando él ya no quería seguir, cuando sintió que era inútil seguir y nos pidió que lo regresáramos. A estirones lo levantábamos del suelo para que siguiera caminando, diciéndole que ya no podíamos volver atrás.
“Está ya más cerca Talpa que Zenzontla.” Eso le decíamos. Pero entonces Talpa estaba todavía lejos; más allá de muchos días.
Lo que queríamos era que se muriera. No está por demás decir que eso era lo que queríamos desde antes de salir de Zenzontla y en cada una de las noches que pasamos en el camino de Talpa. Es algo que no podemos entender ahora; pero entonces era lo que queríamos me acuerdo muy bien.
(…) Pero ahora que está muerto la cosa se ve de otro modo. Ahora Natalia llora por él, tal vez para que él vea, desde donde está, todo el gran remordimiento que lleva encima de su alma.
(…) Algún día llegará la noche. En eso pensábamos. Llegará la noche y nos pondremos a descansar. Ahora se trata de cruzar el día, de atravesarlo como sea para correr del calor y del sol. Después nos detendremos. Después. Lo que tenemos que hacer por lo pronto es esfuerzo tras esfuerzo para ir de prisa detrás de tantos como nosotros y delante de otros muchos. De eso se trata. Ya descansaremos bien a bien cuando estemos muertos.

En eso pensábamos Natalia y yo y quizá también Tanilo, cuando íbamos por el camino real de Talpa, entre la procesión; queriendo llegar los primeros hasta la Virgen, antes que se le acabaran los milagros.
Pero Tanilo comenzó a ponerse más malo. Llegó un rato en que ya no quería seguir.
(…) Pero Natalia y yo no quisimos. Había algo dentro de nosotros que no nos dejaba sentir ninguna lástima por ningún Tanilo.
(…) Entramos a Talpa cantando el Alabado. Habíamos salido a mediados de febrero y llegamos a Talpa en los últimos días de marzo, cuando ya mucha gente venía de regreso. Todo se debió a que Tanilo se puso a hacer penitencia. En cuanto se vio rodeado de hombres que llevaban pencas de nopal colgadas como escapulario, él también pensó en llevar las suyas. Dio en amarrarse los pies uno con otro con las mangas de su camisa para que sus pasos se hicieran más desesperados. Después quiso llevar una corona de espinas. Tantito después se vendó los ojos, y más tarde, en los últimos trechos del camino, se hincó en la tierra, y así, andando sobre los huesos de sus rodillas y con las manos cruzadas hacia atrás, llegó a Talpa aquella cosa que era mi hermano Tanilo Santos; aquella cosa tan llena de cataplasmas y de hilos oscuros de sangre que dejaba en el aire, al pasar, un olor agrio como de animal muerto.
(…) A horcajadas, como si estuviera tullido, entramos con él en la iglesia. Natalia lo arrodilló junto a ella, enfrentito de aquella figurita dorada que era la Virgen de Talpa. Y Tanilo comenzó a rezar y dejó que se le cayera una lágrima grande, salida de muy adentro, apagándole la vela que Natalia le había puesto entre sus manos. Pero no se dio cuenta de esto; la luminaria de tantas velas prendidas que allí había le cortó esa cosa con la que uno se sabe dar cuenta de lo que pasa junto a uno. Siguió rezando con su vela apagada. Rezando a gritos para oír que rezaba.
Pero no le valió. Se murió de todos modos.
(…)Afuera se oía el ruido de las danzas; los tambores y la chirimía; el repique de las campanas. Y entonces fue cuando me dio a mí tristeza. Ver tantas cosas vivas; ver a la Virgen allí, mero enfrente de nosotros dándonos su sonrisa, y ver por el otro lado a Tanilo, como si fuera un estorbo. Me dio tristeza.
Pero nosotros lo llevamos allí para que se muriera, eso es lo que no se me olvida.
(…) Y yo comienzo a sentir como si no hubiéramos llegado a ninguna parte, que estamos aquí de paso, para descansar, y que luego seguiremos caminando. No sé para dónde; pero tendremos que seguir, porque aquí estamos muy cerca del remordimiento y del recuerdo de Tanilo. (…)
Se aprecian a la primera lectura varias coincidencias con “Es que somos muy pobres”, el relato comentado anteriormente. Si bien por el estilo y el léxico vemos que no es un niño quien narra los hechos, sigue siendo un relato en primera persona, como quien cuenta de primera mano su desgracia a otro.
La muerte está presente desde el primer momento. Si el otro relato empezaba “Aquí todo va de mal en peor”, este también nos pone en situación trágica con su primera frase: “Natalia se metió entre los brazos de su madre y lloró largamente allí con un llanto quedito”. De hecho, aquí la palpan con sus propias manos: ambos ven a Tanilo morir de tramo en tramo, y ambos cavan su tumba.
            El destino, en este caso, se muestra igual de inflexible: Tanilo Santos moriría de igual modo fuera o no fuera a la Virgen de Talpa. De hecho, tras mes y medio de camino, y aunque ya lo daban por perdido, llegan a Talpa y muere frente a ella. La religión, también presente en el otro relato, les da la fuerza, pero no la salvación, pues nada puede hacerse contra el destino de uno. De igual modo está marcada la separación entre Natalia y el narrador: en vida de Tanilo, este los separaba; a su muerte, fue el remordimiento.
            La moral también tiene gran importancia: si en el otro relato era la profesión impura de las hermanas de Tacha lo que ensuciaba el nombre de la familia y las lleva al repudio y a la expulsión de la misma, en el caso de Talpa es la infidelidad que se lleva a cabo entre Natalia y el narrador, hermano de Tanilo, lo que los lleva a su perdición. Así lo dice el narrador en el último párrafo de nuestra cita. No les queda sino caminar errantes hasta que se los lleve la vida y así purificar sus almas y obtener el perdón divino; en la vida terrenal están muy cerca del remordimiento y no pueden huir de él por mucho que se encaminen hacia ninguna parte. Aunque ningún remordimiento hace renegar del deseo, al menos en él, y de la verdad que guardan tras su viaje: “Pero nosotros lo llevamos allí para que se muriera, eso es lo que no se me olvida”.
            Los símbolos también se repiten: el agua, en el otro relato más evidente por el diluvio y la consiguiente riada; aquí, el “agua espesa” que supura de sus pústulas, elemento que quita la vida, así como el hedor, símbolo de muerte, pobreza y fatalidad.
           
Es suficiente un primer contacto para quedar maravillados por su obra. Y así debería ser en el cuarto curso de Educación Secundaria Obligatoria.


[1] Rebelión cristera: Lucha armada, principalmente rural, entre el Gobierno y la Iglesia de la ciudad de Méjico que duró tres años (1926-1929) y provocó un número de víctimas superior a las 100.000 entre militares y civiles. La rebelión tuvo su origen en la Constitución de 1917, donde se estableció una política de intolerancia religiosa, restringiendo y acortando bienes y personal; la iglesia, en respuesta, convenció a los feligreses de hacer boicot al gobierno dejando de pagar impuestos, minimizando el consumo o dejando de utilizar el coche para no comprar gasolina, entre otros. Esto afectó notablemente la economía nacional.
[2] “Macario” y “Nos han dado la tierra”.
[3] 1927-2014. Novelista, cuentista y guionista, editor y periodista colombiano, considerado uno de los grandes de la literatura universal.
[4] 1899-1986. Escritor argentino; uno de los autores más destacados de la literatura hispanoamericana del siglo XX.
[5] Supe de este autor durante mi ERASMUS en Nottingham, pues entraba dentro del temario de la asignatura Spanish and Spanish American Literature, Painting and Film.

Pinceladas

En juegos de tres
no hay pares sin nones

martes, 14 de octubre de 2014

Trilogía ‘Cincuenta Sombras’ y la novela erótica

Ya hace dos años de la llegada de este best-seller a España. Fue lanzado a la venta por vez primera como libro electrónico y como libro de bolsillo de impresión bajo demanda en mayo de 2011 en Estados Unidos bajo el sello de una pequeña editorial virtual: TheWriter’s Coffee Shop. El segundo libro de la trilogía fue publicado en septiembre de 2011 y el tercero, en enero de 2012. La editorial, al tratarse de una empresa pequeña y con bajo presupuesto, confió la publicidad de la trilogía a blogs de libros, y eso fue suficiente para conseguir que, más adelante, el boca a boca llevara esta novela al conocimiento de todo hijo de vecino, además de una suma multimillonaria a su autora, E. L. James, que hasta entonces no era más que una madre de familia tan poco conocida como yo misma.

La historia, curiosamente, nació de un fanfic “crepusculero”, algo que salta a la vista por las coincidencias entre ambas novelas. De hecho, el nombre de sus protagonistas eran Edward Cullen y Isabella Swan. Más adelante, suprimió la historia de la página donde la publicó, se creó su propia web y publicó ahí su historia cambiando los nombres de sus protagonistas: Christian Grey y Anastasia Steele.

El argumento inicial es sencillo: chica universitaria, patosa e insegura —y virgen—, convive con su mejor amiga, Katherine Kavanagh, quien, al contrario que ella, es la chica perfecta: guapa, sociable, divertida, experimentada… una joyita. Por casualidades de la vida, Katherine pide a Ana que vaya a entrevistar a Christian Grey, alto ejecutivo, a quien tienen por el típico niño bien, adoptado por una familia rica que le da todo capricho, prepotente y engreído, lo cual no dista mucho de la realidad. Quiere la vida que, tras este primer encuentro, Christian y Ana coincidan más de una vez. En una de estas veces, él, en un acto heroico y para nada poco natural, salva a Ana de un accidente de tráfico. Desde el primer contacto visual, ella se sentía irremediablemente atraída por él, como no podía ser de otra forma. Él lo sabe, conoce “el efecto que produce en todas” y juega con ella coqueteando cada vez que puede, pero en el fondo de su corazoncito algo le empuja a decirle a Ana que se aleje, que él no es bueno para ella. Repito: chica antisocial coincide con el señor más codiciado de todos, el intocable, ambos se encaprichan, él salva la vida de ella y le pide que se aleje porque guarda un secreto… Sí, hasta ahora está calcado a Crepúsculo, cosa que la autora hizo a intención por tratarse, en origen, de un fanfiction y por reconocerse fan incondicional de la saga.

Ana, al ver el interés que muestra por ella el Sr. Grey, se pregunta una y otra vez por qué ella y no cualquier otra, como Katherine, por ejemplo, quien acabará saliendo con el hermano de Christian, para que todos acaben en familia al más puro estilo Harry Potter. La respuesta nos la da el segundo ejemplar de la trilogía y tiene mucho que ver con las sombras del Sr. Grey y, a su vez, con el encanto de esta historia: Christian Grey es un enfermo mental. Está traumatizado porque su madre “era una puta adicta al crack” y su proxeneta abusaba de ella delante de él y los maltrataba a los dos. Su madre se suicidó cuando él tenía tan solo cuatro años y él quedó en su casa con el cuerpo ya sin vida de la madre hasta que, a los cuatro días del suceso, fueron descubiertos por la policía. Poco después fue adoptado por la familia Grey. A los quince años, entabló una relación puramente sexual con una amiga de su madre, quien, evidentemente, como poco, le doblaba la edad. Con ella supo de la práctica del sadomasoquismo, donde él fue el sumiso y ella el ama. Llegando a su madurez, y todavía atormentado por la fatídica experiencia de la infancia, siguió con estas prácticas, pero esta vez siendo él el amo y buscando siempre sumisas de idénticas características físicas: pelo negro, piel blanca y cuerpo muy delgado, justo como era la madre de Christian Grey. Es decir: busca chicas idénticas a su madre para abusar de ellas física y sexualmente. Inquietante, ¿no?

Pero este pequeño e insignificante desajuste mental no es suficiente para dejar de decir que Christian Grey es el hombre que toda mujer querría. Esta afirmación, respaldada por la opinión de millones de lectoras que sueñan con dar con un ser sobrehumano a la altura de nuestro protagonista, ha dado mucho que hablar. Ciertamente, no hay best-seller sin polémica, y en el caso de esta trilogía, polémica hay por todas partes. Pero, ¿qué es lo que hace de Christian Grey el hombre perfecto? Esta es una de las muchísimas opiniones que se encuentran en foros, blogs y demás rincones de internet:

- Su romanticismo. Christian Grey es un auténtico caballero andante, un príncipe azul de tomo y lomo.
- Hacernos sentir especiales y únicas. Eso es lo que hace Grey con Anastasia, y es lo que llega al corazón de todas las mujeres.
- Lo daría todo por ti. Frase mágica que toda mujer quisiera escuchar de los labios de su amado. Grey no sólo la dice, sino que la pone en práctica.
- La aventura de algo peligroso. Seamos sinceras, la primera impresión que da Grey es para salir corriendo. Rico, súper guapo, y quiere convertirte en su esclava… para salir corriendo, ¿o no?
- Alcanzar lo inalcanzable. Que un hombre único e increíble como Grey se fije en una mujer del montón como Anastasia… y la sube a los altares de la admiración. ¡Para derretirse!
- Mails coquetones y subidos de tono. Los mails y mensajes que intercambian Christian y Anastasia son de lo mejor. ¿A quién no le gustaría recibir mensajes así?
-  Regalos continuos y caros. Para que negarlo…a todas nos gustan.  No es imprescindible que sean caros, importa la intención y el significado.
- Un amante increíble. Él es un maestro, capaz de llevar al orgasmo a una virgen absoluta.
Christian Grey es un romántico, el tipo de romántico que disfruta amordazando a su dama y disponiendo de ella a su antojo. Hace sentir única a Ana, hasta que esta se da cuenta de que es idéntica a las otras sumisas que tuvo antes (claro, que de esta se enamora, si no, no tendríamos historia que contar). “Lo daría todo por ti”, o lo que es lo mismo, chantaje emocional. La aventura de algo peligroso: así es, nos gustan los chicos malos (siempre y cuando sean buenos). Alcanzar lo inalcanzable, porque nadie es merecedor de semejante hombre, y menos una chica del montón. Mails coquetones y subiditos de tono, donde la que ponía la gracia al asunto era ella, no él. Regalos continuos y caros, porque está claro: todas tenemos un precio. Y, por último, Christian es un amante increíble: no se puede negar que Ana lo pasara bien; Ana, la chica inocente y virgen que accede a amarrarse y ser castigada por un látigo, sí, esa Ana.

Como se puede observar, esto no dice mucho a favor de la mujer. Aparte de la imagen de mujer sumisa —en el sentido de agachar la cabeza y decir que sí a todo, totalmente a parte de la práctica sadomasoquista, de la que nadie tiene queja alguna—, estudios afirman que esta novela lleva al abuso y la violencia, aparte de ser terriblemente machista. Según uno de esos estudios, “este libro perpetúa los estándares de abuso peligrosos y sin embargo se le presenta como una novela romántica y erótica para las mujeres”, indicó Ana Bonomi, profesora de la Universidad estatal de Ohio. “El contenido erótico podría haberse logrado sin el tema del abuso”. Dice que el maltrato incluye el abuso emocional mediante la intimidación y las amenazas, el aislamiento, la vigilancia y la humillación, y gran parte de estas formas de abuso son características de la personalidad de Christian Grey. Ana Bonomi agrega: “Christian sigue a Anastasia, se le aparece en lugares inusuales, utiliza la tecnología para rastrear su paradero, la aísla, limita su vida y contactos sociales. Por su parte ella se muestra sumisa, totalmente anulada, experimenta todas las experiencias clásicas de las mujeres maltratadas”. Y no es este el único estudio que se ha hecho con respecto al tema de la violencia de género en la novela, además de trastornos alimenticios.

Este tipo de polémicas no sería nada fuera de lo común si solo se tratara de argumentaciones, debates y estudios acerca de una novela. Pero, a veces, la realidad supera la ficción, y una vez en este plano de los hechos, la perspectiva es diferente: hace año y medio falleció una joven “tratando de imitar las prácticas sexuales descritas en el libro”. Él sería juzgado por homicidio involuntario, pero, como recoge la noticia, la mujer había escrito en su diario personal: “Una vez dijiste que no querías verme sufrir realmente. Yo soy sumisa, pero no masoquista”, por lo que no fue la primera vez que hicieron prácticas de este tipo, con las que la mujer no parecía muy satisfecha, ni, casi con toda seguridad, serían las últimas si no fuera por el lamentable desenlace del encuentro. (Cabe destacar que incluyeron en la mismísima noticia de la muerte de la joven publicidad no solo de la trilogía, sino también de la película: “Tal está siendo la popularidad que está alcanzando la trilogía que inspiró los juegos sexuales que trágicamente acabaron con la vida de esta joven que ya está en marcha la adaptación cinematográfica del primero de los libros, 50 Sombras de Grey, al que siguen 50 Sombras más oscuras y 50 Sombras liberadas. Qué actor encarnará al dominante, atractivo y misteriosa protagonista es la gran incógnita de la película basada en la historia de amor, y sobre todo sexo, de Christian Grey y Anastasia Steel, una tímida e inexperta joven que cae rendida a los pies de un multimillonario adicto a las prácticas eróticas sadomasoquistas…”. Es, a mi parecer, algo bastante vergonzoso y demuestra poco tacto por parte del redactor).

Como pasa con todo, hay críticas buenas, críticas malas, reproches a estas malas críticas de parte de los fans y gente que, simplemente, se lo toma con humor, como es el caso del articulista Santiago Roncagliolo, quien hace su crítica bañada en un tono satírico magnífico: “Las mujeres desean que seas un tipo duro. (…) Y, sin embargo, uno lo lee como un imbécil, con su delantal puesto, mientras espera que levante el soufflé y llegue la hora de recoger al niño del colegio. (…) Ya hemos dicho que Christian Grey es asquerosamente rico. Pero además comienza sus relaciones de pareja firmando un contrato que especifica con claridad qué cosas harán y qué cosas no. Las actividades estipuladas en el contrato le producen gran dolor a su pareja y gran placer a él. ¿A alguien le suena de algo? Sí. Se llama hipoteca.”

Pero, ¿dónde está el porqué del éxito?

Aunque es cierto que, en un principio, la trilogía se hizo con un buen número de seguidores por el simple método del boca a boca, fue, después, un buen equipo de marketing el que hizo llegar un libro a cada casa. Aparecía en todas las estanterías, en todos los escaparates, en todas las tiendas, bajo el eslogan “Sí, esta es la novela de la que todo el mundo habla”. Y no le faltaba razón. Más adelante, este eslogan pasó a ser una pegatina en cada portada donde ponía “El libro que tu madre quiere de verdad”. Sigo sin saber cómo, siendo los protagonistas un empresario de poco más de treinta años y una estudiante de unos veintidós, esta novela se ha convertido en “porno para mamás”. Afirman, además, que las mujeres que han leído esta novela no quedan solo con el placer de su lectura, sino que además su vida personal sufre maravillosas consecuencias: the women who have devoured the books say they are feeling the happy effects at home”. Asegura que el libro ha ayudado a reavivar la pasión de muchos matrimonios, lo cual es algo que, muy probablemente, lleve, otra vez, a la propagación de boca en boca, como recomendación o como simple tema de conversación, incitando a un círculo cercano a probar con su lectura y provocando un efecto de ondas que llega a alcanzar a todo ser humano. Además, dice el artículo, las mujeres se avergüenzan de ver vídeos porno, pero no de leer, aun libros de este calibre, por lo que resulta bastante liberador. Pero, como hemos mencionado antes, the trilogy has its detractors. Commentators have shredded the books for their explicit violence and antiquated treatment of women, made especially clear in the character of Anastasia, an awkward naif who consents to being stalked, slapped and whipped with a leather riding crop”.

Aunque esta trilogía no solo ha llegado a un público, generalmente femenino, de edad adulta (cuarenta o cincuenta años), ha hecho que las novelas de este género (porno para mamás) sea todo un boom. En estos dos años son muchas las novelas que han abordado este tema, muchas de ellas con portadas sospechosamente parecidas a las de esta trilogía.



Varias escritoras españolas también se subieron al carro. Megan Maxwell escribió Pídeme lo que quieras cuando su editorial le retó a escribir una novela puramente erótica, género que, hasta entonces, no se había atrevido a abordar. Al parecer, la editorial tenía claro dónde se encontraba el dinero y cuál era el plato fuerte de la temporada. La autora, que al principio se mostró algo reticente, luego le cogió el gusto. Evidentemente, había comparaciones entre ella y E. L. James, que, si bien no inventó el género —pues tenemos, entre muchas otras, a una magnífica Corín Tellado, “la inocente pornógrafa”—, fue la que despertó este fenómeno en el mundo entero. “Me encanta que me comparen con E. L. James, ojalá vendiera tanto como ella”, dice Megan Maxwell, y no es para menos: la famosa trilogía ha superado ya los cuarenta millones de ejemplares vendidos. Andrea Hoyos, por su parte, también se ha adentrado en el mundillo y no se ha cortado el pelo al explicar por qué: “Escribí ¿Dormimos juntos? porque estaba enfadada. Cincuenta sombras de Grey ha vendido 15 millones de copias y es un libro malo en todos los sentidos. Especialmente en dos que a mí me indignan: no tiene ningún valor literario, ni vital”. Y añade después: “Me parece un texto pobre, limitado, ñoño, paternalista, bobalicón… Creo que el problema de ‘Cincuenta sombras’ es llamarlo literatura: es un cuento de hadas con penetración, ropa de marca, técnicas sadomasoquistas y poca psicología”. Y es que —y en esto coinciden casi todos— el estilo deja mucho que desear: simple, plano y, sobre todo, repetitivo. A lo largo de sus páginas, se repiten, de la primera a la tercera entrega, una serie de frases que saben a relleno y que, sin duda, acapararían al ponerlas juntas un buen número tramo del libro: “mi diosa interior”, “sus ojos grises”, “frunce el ceño”, “su mirada oscura”, “sus delgados dedos”… En El Huffington Post hicieron cuentas: “madre mía” aparece 142 veces; “ceño”, 155 veces; “labios”, 151 veces, y “la diosa que llevo dentro”, 60 veces. Esto, naturalmente, lleva al lector al agotamiento. Por otra parte, sin embargo, hay otra cosa en la que la mayoría coincide: es adictiva. Aunque yo no la tildaría de adictiva, sino de fácil (de leer), en el sentido de que empiezas y cuando te das cuenta llevas doscientas páginas a tus espaldas.

Entre sus lectores, hay una clara distinción de sexos: mientras la mayoría de las mujeres que leen esta novela (al menos todas aquellas que no han visto su perfil machista y no se han sentido ofendidas por la misma) desean en sus vidas un Christian Grey que las haga feliz, los hombres que han emprendido su lectura (muchos como un reto, otros tantos por curiosidad y algunos por el deseo de descubrir cómo satisfacer a sus esposas) no acabaron nada maravillados. De hecho, se sorprenden al descubrir que las escenas que más tediosas les resultaron fueron las de sexo, que, según describen, son tan repetitivas como el resto:

¿Y qué? Pues que me pasó lo que nunca pude imaginar que le pasaría a un hombre hecho y derecho como yo, cuarentón, calvo, con sus facultades físicas todavía activas: que me saltaba las escenas de sexo. Sí, allí estaba yo, gritando con desesperación, basta ya señor Grey, que llevas dos polvos seguidos, sin descanso, ¿a qué el tercero? ¿Qué falta hace si Anastasia, tú y todos nosotros estamos agotados? Y así. Era leer que alguien se mordía el labio y empezar a cabalgar con la mirada por sobre los párrafos hasta que leía que él caía sobre ella y le olía el pelo, y entonces sabía que todo había acabado y podía seguir leyendo. Vamos, como darle al visionado rápido en los pasajes no pornográficos de las pelis porno, pero al revés.

Y en el otro extremo, tenemos a un sector no poco numeroso que o bien se avergüenza de haberla leído y, por ello, lo oculta, convirtiéndolo así en su “guilty pleasure”, o bien se siente, en cierta forma, demasiado… ¿inteligente? como para leer “semejante bazofia”. Este segundo grupo es el típico que dice cosas como “ese libro no vale ni para hacer fuego.” “¿pero tú te lo has leído?” “¡¿Yo?! ¡Pues claro que no!”. Por mi parte, he de decir que creo que la novela, aun con sus carencias y sus errores, se hizo planteando unos objetivos que, viendo el número de ventas, están más que superados, motivo suficiente para prestar un mínimo de respeto y no degradar la trilogía a la categoría de no merecedora de, siquiera, emplear dos segundos de mi valioso tiempo.
En conclusión: Me atrevería a decir que el éxito de este best-seller se debe al renacimiento de un género que atrae a las ya impúdicas e irreprensibles señoras amas de casa de estos tiempos, las cuales nacieron en una época de cambio pero aún muy controlada socialmente y quienes, en su mayoría, solo tuvieron acceso a una educación básica, además de no ser muchas de ellas ávidas lectoras. Por este motivo, el estilo del que tanta queja hay se hace cómodo y atractivo para este público que, además, está poco acostumbrado al género erótico, por lo que es fácil abrumarlas y cumplir sus expectativas, aunque el contenido sexual de la novela no sea, en realidad, nada de otro mundo. Prueba de ello son los testimonios de adolescentes que han leído la trilogía y han encontrado su contenido escaso y bastante light. También tenemos a los personajes principales: Christian Grey, aparte de ser controlador y prepotente y estar lleno de ira —cositas sin importancia—, es multimillonario, tiene un físico envidiable y en la cama es todo un as, lo cual es más que suficiente para que toda ama de casa sueñe con hacerse(lo) con uno; Anastasia Steele, por su parte, es una chica sencilla que siempre ha pasado desapercibida —si no fuera por el hecho de que su amigo José está enamorado de ella, su jefe le tira los tejos, es el centro de atención allí por donde pasa y hace que Christian Grey arda de celos—, en fin, una más del montón, lo que puede hacer al lector —lectora, en este caso— sentirse identificado con ella y tener la esperanza de que algún multimillonario apolíneo se cruce con ella al comprar el pan, se quede prendado, la rapte y le dé un poco de vidilla a su rutina. Fuera como fuere, Cincuenta sombras de Grey ha dado mucho que hablar, y aún le queda mucho recorrido, teniendo en cuenta que el 13 de febrero de 2015 se estrenará la película basada en la primera de las entregas de la trilogía y ya se augura un rotundo éxito.

Os invito a compartir impresiones, aun a sabiendas de que este blog no lo visita ni el Tato y de que, si alguno tuviese el despiste de acabar en este recóndito lugar, no va a tener el descaro ni las ganas de hacer debate o dejar su opinión. Pero yo lo suelto y si cuela, cuela.

viernes, 3 de octubre de 2014

¿Qué has hecho con mi pena? ¿De qué me duelo yo ahora?

Al igual que el imperativo es el verbo más verbo de todos los verbos, el dolor es el sentimiento más sentido de todos. Y nos encanta. Sarna con gusto no pica. Si pasamos por un mal trance, nos quejamos; y cuando remontamos, recordamos lo bajo que caímos. Y es que el dolor nunca viene solo. Dolor a secas es un zosqui sin venir a cuento. Pero hasta eso esconde algo detrás. Si nos chocamos contra una farola, pensando en el significado más superficial del dolor, no solo nos acordamos del chichón, sino también de la vergüenza del topetazo por mirar la mierda del whats app. Si lloramos por un desamor, no es un llanto como el de un niño pequeño al que se le cae el mantacao' al suelo, no. Ese llanto va repleto de buenos momentos que, por perdidos, duelen mil veces más que una mala pasada. Y, sobre todo, el dolor nos hace sentirnos vivos. O sentirnos, simplemente. Porque estoy completamente segura de que no sois conscientes en absoluto de que tenéis dos orejas. Hasta que os entra un dolor de oído. Lo mismo con los dedos de las manos, hasta que os cortáis con un papel, que no hay corte que más coraje dé que ese. Todo duele hasta que se olvida. Quiero decir: no somos siquiera conscientes de que el dolor ha desaparecido. Tienes hipo hasta que no, y no tienes ni idea de cuál fue el último ni te importa; simplemente ya no lo tienes y te supone un gran alivio cuando te das cuenta, que puede ser a la hora o puede no darse nunca. Y si os preguntara ahora mismo si sois felices, más de uno respondería sin dudarlo que sí, que por supuesto, pero pocos son los mortales que vuelven de clase o del trabajo con una sonrisa de oreja a oreja. Sin embargo, cuando algún mal nos pesa en el alma no hay quien nos saque una sonrisa sincera. 

Y es que si hoy en día no hay nada de lo que te duelas es porque no hay nada que realmente te haya tocado los centros, para bien o para mal. Lo que se traduce en ausencia, vacío, nada. La vida no se vive solo para contarlo por Facebook, pero casi. Me explico: un cruce de miradas puede durar un único segundo. Pasó y pasó. Y te puedes valer de ese único segundo durante toda una vida. De hecho, más de una vida puede nacer de ese pequeñísimo lapso de tiempo. Una vida, una historia. Yo solo quiero llegar a vieja y contar batallitas a mis bisnietos, porque eso significará que he vivido cosas dignas de contar. Y si a mis ciento veinte años me duelo de lo sucedido a mis veinte años, será porque fue algo realmente grande, bien grande por engrandecerme, bien grande por aplastarme vilmente. Y eso significaría que es parte de mí y que soy quien soy por lo que gocé, sufrí y decidí en la vida.

Unos dicen: "tus insultos me hacen más fuerte". A mí no me han hecho más fuerte, ni mucho menos, pero sí más prudente y más selectiva con mis palabras, porque sé bien el daño que pueden causar.

Unos dicen: "me partiste el corazón, mala pécora". Yo he sufrido, como la mayoría de los mortales. Pero también tengo claro que si grande fue el sufrimiento, grande fue la compensación (y no hablo de las famosas reconciliaciones; digamos, simplemente, que me valía la pena). Sé que el "no hay mal que por bien no venga" es consuelo de tontos, pero a veces es cierto, aunque en realidad tampoco me refería a eso. 

Por otro lado, siempre he pensado que el cielo está bonito con un puñado de nubes, pero cuando está cubierto por completo, te chupa la energía y te contagia esa pesadumbre gris. Dolerte de algo no está mal siempre y cuando se cumplan dos condiciones: la primera es que si te dueles del pasado, debes aprender a mantenerte en el presente (echar la vista atrás es bueno a veces, uuh, pero hasta ahí, hay que seguir adelante); la segunda es que el dolor te deje respirar; si no es así, huye. En estos casos estaríamos hablando de depresión aguda y para ello no hay consejo alguno, porque la mayoría de las veces el mismo que lo padece no sabe qué puñetas le pasa. A estos les puedo decir: el mundo está en continuo movimiento y la vida trae consigo cambios, quieras o no, para bien o para mal. Si te sientes tan pequeño que estás por debajo de la superficie, piensa que cualquier cambio es a mejor y que pronto, sin darte demasiada cuenta, comenzarás a aflorar, saldrás de ese agujero y, por fin, respirarás profundo. La mente necesitará distraerse con otras cosas y le será odiosamente difícil porque, como dije antes, nos encanta dolernos de todo, y si algo va mal, no dejamos de darle vueltas al tema, aunque sea esforzándonos en olvidarlo, haciendo, de ese modo, hincapié en su recuerdo. Encontré una imagen que refleja muy bien lo que digo.


Mi teoría es que, posiblemente, el motivo sea que nos encontramos vacíos. Solo (y digo 'solo' como si fuera jodidamente fácil) hay que encontrar eso que pueda llenarte por dentro, que se traduce en otra cosa en la que focalizar nuestra atención que no sea en el dolor interno. Y normalmente ese algo tiene nombre y apellidos (aceptémoslo, somos seres incompletos predeterminados a suplir esas carencias con otro ser, es una cuestión socio-hormonal). Llenarte de alguien es, al fin y al cabo, llenarte de ti mismo, porque si sientes que la persona en cuestión es especial, esa percepción está hablando de ti, tus gustos e inquietudes. Y llenarte de ti, de otro, de quien sea, lleva consigo llenarse los pulmones, de aire, de humo, de esperanza, de futuro, y, al fin, respirar. 

jueves, 2 de octubre de 2014

Mi primera vez






     La primera vez que fui al día de la bicicleta, mi padre montó con ilusión la sillita tras el asiento de su bici. Llevábamos diez minutos de trayecto camino al lugar de concentración cuando la cadena se salió y no hubo forma de solucionarlo. Mi padre, en su empecinamiento y cabezonería, recorrió el camino de vuelta sin bajarme de la sillita y sin dejar de repetir "tú hoy no te quedas sin el día de la bicicleta". Llegamos a casa, sacó mi pequeña bicicleta y emprendimos el camino de nuevo. A los veinte minutos, aproximadamente, llegamos al sitio, nos registramos bajo el dorsal 987, nos pusimos las camisetas y llenamos los globos que nos dieron. A la hora de empezar la vuelta ciclista, un recorrido por todo Puerto Real, mi padre me miró, tomó aire, y salió corriendo a mi lado. Yo, pequeña e inocente, pedaleaba cada vez más fuerte para llevar el ritmo del resto, sin darme cuenta de que mi padre iba al lado con la lengua fuera. Por suerte, a mitad de camino se encontró con mi hermano, que, conociendo lo ocurrido, se plantó en un punto del recorrido y nos esperó para darle su bicicleta. Al terminar la vuelta, refrescos gratis para todos y música pop. Regalaron trofeos a los más jóvenes, a los más ancianos, y a las bicicletas y disfraces más originales. Y también ocho bicicletas al azar. Ese día salimos de casa con una bicicleta y volvimos con tres.

     La primera vez que miré al cielo y vi lo que este nos ofrecía, logré contagiar a alguien mi entusiasmo por las nubes.

     La primera vez que fui a Madrid, a mis doce años, eché fotos hasta a las papeleras. Tanto es así que mi hermana reveló con dinero de su bolsillo tres carretes y cuando vio las fotos, se negó a revelar los otros diez u once que traje.

     La primera vez que dije 'basta' no fue la última.

     La primera vez que me fijé en una sonrisa ya no pude parar.

     La primera vez suspiré de bonito comprendí que solo se consigue suspirar de verdad cuando haces las cosas por primera vez.

     Por eso, cada vez que escucho "vive cada día como si fuera el último" miro hacia otro lado. Porque ya he pasado por eso, y es realmente aterrador, porque sabes perfectamente que algún día se cumplirá. Y se cumple, créeme.

     Por eso, cada vez que doy un abrazo lo hago como por vez primera. Por eso, cada vez que paseo por Cádiz descubro nubes, flores, balcones, patios, monumentos y sonrisas. Por eso alzo la vista al cielo. Por eso saco una y mil fotos desde mi ventana, dibujando el perfil de los bloques de pisos que tengo enfrente, con sus azoteas y sus antenas, y las dos palmeras que asoman detrás de uno de ellos. Por eso acaricio tu contorno tratando de memorizarlo una y otra y otra vez, contando lunares y suspiros. Porque solo se suspira de bonito cuando es tu primera vez. Ojalá todo el mundo dedicando cinco minutos a mirar al cielo, con su amalgama de colores y sus incontables texturas.

     Juguemos a ser niños por vez primera otra vez. La costumbre es el octavo pecado capital. Nos hace máquinas que recorren las calles por automatismo, sin reparar en la brisa, los aromas, los colores, las palabras, rechazando todo lo que nuestra naturaleza nos pone a nuestro alcance. Nos hacemos mayores, caminamos con prisas y con los cascos puestos, ensimismados y ajenos a un mundo al que ni siquiera queremos pertenecer. Y todo son quejas. Cuando la vida fluye por sus calles y se te ofrece por entera. Curiosidad y ganas es lo único que hace falta para descubrirla y redescubrirla cada día de nuestras vidas.



     Y cuando mires mi cuello, por favor, que sea como la primera vez.