martes, 18 de agosto de 2015

El panorama literario: la transición literaria (II)

Sí, hoy día todo el mundo puede escribir, leer y también criticar. Por ello, ahora más que nunca, la línea que separa lo que es literatura de lo que no es extremadamente delgada. Es muy común oír poetas decir: “bueno, yo escribo muchos versos, escribo a diario, a veces me sale poesía y otras veces no”. ¿Cómo distinguirla? En un juego en el que todo vale, ¿cómo definir la literatura? Según la RAE, literatura es el “arte que emplea como medio de expresión una lengua”; y define arte como “1. Virtud, disposición y habilidad para hacer algo; 2. Manifestación de la actividad humana mediante la cual se expresa una visión personal y desinteresada que interpreta lo real o imaginado con recursos plásticos, lingüísticos o sonoros”. Solo algunos diccionarios incluyen el valor estético en la definición de literatura. No hay características que definan la literatura, ni exigencias, nada que restrinja o distinga unos textos de otros. Un informe policial o judicial no es literatura; pero sí lo es el último libro de Julio Molina Font, Crónica negra de Cádiz, donde reproduce juicios, noticias, sentencias e informes. Entonces, ¿dónde está el límite?, ¿cuál es el mínimo requerido para llamar literatura a un puñado de palabras? Salió este tema en un encuentro de escritores —con Fran Chaparro, Daniel Lanza y Javier Fornell— y todos coincidieron en que no es lo mismo “autopublicación” que “autoedición”. La primera es aquella en la que el autor contrata unos servicios editoriales, paga sus arreglos y, dependiendo de si en el contrato se incluía distribuidora o no, es el servicio o bien el propio autor el que pone su libro a disposición del librero que se lo acepte. Por el otro lado, autoedición es cuando todo queda en mano del autor, quien se hace cargo de todos los pasos: maquetación, corrección, diseño, distribución y venta. Luego, en un tercer bando está la coedición, más cercana a la primera, donde tanto el servicio editorial como el autor invierten en la obra y ambos acuerdan el porcentaje de las ganancias. Y son muchos los autores noveles que optan por la autoedición, por ser esta más barata, pero que no poseen los conocimientos necesarios para que al lector le llegue un producto de calidad —aparte de la dificultad, y casi la imposibilidad, de corregir con rigor, objetividad y criterio una obra de creación propia—. Es decir, está muy bien que haya libre acceso al mercado del libro, pero debe haber alguien respaldando ese trabajo, un profesional, alguien que corrija, quite, ponga, cambie, mezcle, reescriba todo lo que fuera necesario para garantizar una calidad mínima, porque crear un libro, como objeto, es mucho más que mandarlo a imprimir. El lector se siente engañado cuando se toma un tiempo que no tiene en leer un libro que, encima, no logra engancharle ni aportarle nada bueno. Y mayor sería la burla si, además, este libro tuviera errores colosales de maquetación u ortografía. Cierto es que, aun teniendo un buen grupo de profesionales a sus espaldas, no hay garantía total posible. Y no la hay por una simple razón: para gustos, los colores. No existe libro que pueda satisfacer a todo el mundo. Cada uno ha de someter a criba la gran variedad de libros y, además, tener buen ojo a la hora de probar suerte con el siguiente. Del mismo modo ha de hacer uno cuando se enfrenta al inabarcable mundo de Internet. La vista es rápida y el dedo más aún. Si las dos primeras líneas no son satisfactorias, el lector no debe tener reparo alguno en pasar a otra página. A los libros, como a cualquier otro formato de entretenimiento, no se les debe tener demasiado respeto. Son un bien sometido a nuestra voluntad y apetencia, no un deber. Teniendo esto en cuenta, la inmensa diversidad que encontramos hoy no es un problema, sino un regalo. Juan Carlos Ferrer, alias Juankiblog[1], de Barcelona, quien escribe en su blog desde hace ocho años y ha publicado tres libros a sus escasos veinte años, ha compartido conmigo su opinión. Ante la pregunta de si el libre acceso a la publicación ha afectado o afectará al mundo literario para mal, ha respondido:

Realmente, ya ni siquiera el “se lo puede costear” es excusa, porque basta con tener alcance a un ordenador y a una conexión a Internet. Gracias a páginas como Bubok o Lulu ni siquiera tienes que invertir económicamente a la hora de escribir un libro. Y no, no sé, no creo que le haga mal. Al contrario, tenemos mucho más donde elegir. ¿Qué hay mucha más morralla? Por supuesto. Pero morralla ya la había hace veinte años igual. Y seguro que a cambio nos llevamos alguna que otra joya. Así que no, realmente no me parece en absoluto mal, lo único que pasa es que ahora el filtro depende, más que nunca, del lector. Por cada El Libro Troll de ElRubius habrá otro que merezca la pena.

De hecho, ahora más que nunca la lectura está de moda. Otra prueba de que Internet no hace mal sino que, por el contrario, promueve la lectura, sobre todo entre adolescentes y jóvenes de entre 16 y 25 años —la edad media de los usuarios de redes sociales—, es la aparición de los llamados booktubers[2], es decir, aquellos que graban y suben a Youtube vídeos frente a la cámara hablando de los libros que leen, sus expectativas, impresiones, sus lecturas favoritas y demás experiencias con el mundo del libro. Estos vídeos, divertidos y dinámicos, han animado a muchos jóvenes a emprender la lectura, así como a participar de esta comunidad y subir sus propios vídeos. Ingleses e hispanoamericanos son los que encabezan la lista de booktubers, pero cada vez son más los usuarios[3] y mayor el terreno ocupado por estos.
Otra prueba del auge de las letras nos la da el otro bando: los lectores. A lo largo de estos últimos años se han ido creando en Internet rincones donde todo lector puede encontrar su lugar. Foros, reseñas, clubs de lecturas online, todo lo que el lector busca para compartir su experiencia y ampliar su terreno conocido del mundo del libro se reparte en, principalmente, cuatro redes sociales: Goodreads (una comunidad de catalogación que permite a sus lectores fichar los libros leídos y por leer y opinar sobre los mismos), Lectyo (red social orientada para los lectores en español que trata de fomentar la lectura al margen de la industria), Lecturalia (también para hispanohablantes, donde pueden calificar libros y discutir sobre ellos) y Douban (portal chino sometido a censura para evitar la rebeldía contra el régimen).
Una última prueba, esta vez más física y palpable, es la aparición de nuevas editoriales, librerías y empresas de servicios de publicación. En los últimos cinco años, solo en Cádiz capital, han abierto las librerías Alejandría (absorbida posteriormente por Quorum), Las libreras, La Clandestina, Sargón, Alpa (anteriormente Omega, abierta tras años de cierre); En Puerto Real, El Aprendiz; en Jerez, Azul; en Conil, Rosalía de Castro, y en San Fernando, Agapea. Y en cuanto a editoriales, tenemos a Ediciones Mayi, Absalon, Quorum, Dos mil locos editores, Hélade, Licenciado Vidriera y Cazador de Ratas. Todo eso en una población de alrededor de 700.000 habitantes. De hecho, según los estudios de la Confederación Española de Gremios y Asociaciones de Libreros[4], realizados en 2013, España era el país de la Unión Europea con mayor número de librerías, con 5.468 librerías, haciendo un ratio de 11,6 librerías por cada 100.000 habitantes.



[1] Blog personal de Juan Carlos Ferrer Aranda: http://www.juankiblog.com/
[2] Reportaje sobre booktubers, publicado el 1 de diciembre de 2013. https://www.youtube.com/watch?v=PHQ5pufM_6I#t=163
[3] Comunidad booktuber: archivo de vídeos de booktubers que se inició en septiembre de 2011 y aún hoy se actualiza mes a mes, superando los cien vídeos al mes en muchas ocasiones. http://booktubenews.tumblr.com/archive

El panorama literario: la transición digital (I)

Cuando se inventó la televisión y descubrieron la enorme capacidad de magnetismo que traía consigo el aparato, los más alarmistas ya auguraron una desaparición del libro que nunca llegaría. Nada más lejos de la realidad: en el despegue comercial de la televisión en Estados Unidos (1947-1960)[1], período durante el cual tanto sus estaciones transmisoras como el número de aparatos se multiplicaron a una velocidad astronómica, la cantidad de títulos de libros se duplicó, pasando de siete mil a quince mil. Y siguió creciendo, doblando nuevamente sus cifras en los próximos siete años, cuando la gran mayoría de los hogares contaban con un televisor como nuevo miembro de la familia.
Lo cierto es que el libro no es ya un simple cúmulo de celulosa y letras. El libro se ha convertido en un objeto sagrado. Se ha mitificado de tal forma y son tantos sus seguidores que las posibilidades de su desaparición son, se podría decir, absolutamente inexistentes. Incluso si encontrásemos la forma de instalar un sistema en nuestro cuerpo con el que poder descargar libros desde un pendrive y darlos, al instante, por leídos, incluso así, el libro quedaría perenne para aquellos “puristas” que prefieren su tacto y su presencia en una biblioteca personal. La gente se enorgullece no solo de leer libros, sino también de tenerlos, poseerlos. Eso explica el rechazo por buena parte de los lectores al libro electrónico. Aun sabiendo de su fácil transporte, su capacidad de almacenaje, búsqueda, categorización, luz y, cabe también mencionar a pesar de la violación legal que supone el gesto, posible acceso a bajo coste o coste cero (teniendo en cuenta que cada vez son más los proyectos de digitalización que permiten el libre acceso a libros libres ya de derechos, por lo que hay una opción alternativa y legal al pirateo), aún queda quien se niega a dar el paso hacia la tecnología. Así lo confesaba Fran Chaparro, buen escritor y mejor lector, en la presentación de su opera prima Historias de la niebla (Hélade), que tuvo lugar el pasado sábado 19 de enero en La Buhardilla, San Fernando. Él admite su utilidad y todo cuanto nos ofrece, pero, según él, donde esté el tacto de un libro, el olor, su forma, su diseño y maquetación, las portadas de piel, las hojas gastadas, los nervios y todo el trabajo que podemos observar en su forma, que se quite una simple pantalla —“pero nunca diré de esta agua no beberé”—. Y no es que el saber ocupe lugar, pero sí necesita cierto espacio el tesoro personal que constituyen las obras que han marcado la vida de uno. El libro nos regala, entonces, un doble placer: el de leerlo y poseerlo, siendo este último a veces más intenso que el primero. El mismo Fran Chaparro
decía que entre navidades y lo que llevamos de año, apenas unas semanas, había comprado unos cuarenta libros y leído apenas unos quince. No cabe duda de que su biblioteca es todo un orgullo para él, y eso sería imposible con un libro electrónico. Raquel Córcoles, la autora de las historias de Moderna de Pueblo y Cooltureta, hizo unas viñetas sobre el tema, con mucho humor y con toda la razón.

Pues bien, ahora que no solo ha llegado el libro electrónico amenazando las ventas y el uso del papel, sino que, cada vez más, la vida en general y la literatura en particular se desarrollan, en gran parte, en las inmensidades de Internet, ahora que estamos sumergidos en la era informática, vuelven esos rumores que hablan del fin del libro y de que la literatura tal como hoy la conocemos comienza a tambalearse a causa de la crisis económica y la revolución tecnológica[2]. Una vez más, están equivocados y de qué manera, pues no solo Internet no ha hecho disminuir las ventas o el nacimiento de nuevos títulos, sino que ha sido el lugar de gestación de una nueva era que, lejos de acabar con la literatura que hasta hoy nos ha llegado, amplía notablemente sus horizontes. Pero ese temor lleva a ahondar en la siguiente cuestión: ¿qué ofrece la tecnología e Internet a la literatura?
Hoy día cualquiera que tenga acceso a Internet puede escribir, lo que ha dado mucho que hablar. Ese “cualquiera” no dice nada bueno de una literatura que todos querríamos que fuese “literatura de calidad”. De esto cabe decir varias cosas. La escritura hace tiempo que dejó de ser un fin cultural para ser una empresa, aunque a algunos les cueste admitirlo. Juan José Millás[3] escribió un artículo en el país acerca del “consumo cultural”, afirmando que el propio término es una contradicción en sí misma, pues la cultura no es un producto que se pueda consumir. “O es consumo o es cultural”, dice, pero la realidad es bien distinta. Una editorial no quiere en su catálogo un libro bonito pero imposible de vender. Y un servicio editorial admitirá cualquier libro que se acerque a su línea siempre y cuando su autor pague el precio acordado. Esto quiere decir que, gracias a la coedición, todo el que tuviera el dinero suficiente —que no es demasiado— podría escribir, publicar y distribuir su libro. De hecho, la gente que tiene mucho dinero —y cierta fama— no necesita siquiera escribir, publicar ni distribuir para que haya un libro con su firma en todos los escaparates —esto es, aquellos que cuentan con un negro literario[4], que son profesionales que se dedican a escribir libros para otra persona, que firmará dicho libro como si fuese suyo, algo que, aunque al lector le suene a engaño, es legal—. Con lo cual, ese libre acceso a convertirse en uno más dentro del panorama literario público no es exclusivo de Internet, aunque este lo haya hecho más fácil. Por otra parte, la palabra “cualquiera”, que viene a significar “cualquier persona, conocida o no, ya sea de origen humilde o de la realeza, sin importar su naturaleza o habilidad”, para algunos tiene un sentido tan peyorativo como la llamada “literatura de masas” o “literatura comercial”. Es un pensamiento muy extendido aquel que degrada la literatura antes mencionada, con títulos como la ya tan conocida 50 sombras de Grey, a un nivel menor que la literatura “culta”, como puede ser la poesía, cuando lo cierto es que no se puede meter todo en el mismo saco, pues dentro de los best-sellers encontramos obras tan dispares como Ambiciones y Reflexiones, de Belén Esteban, o El nombre de la rosa, de Umberto Eco. Y muchas veces se califica prejuiciosamente al best-seller como un libro de usar y tirar, cuando muchos de nosotros hemos crecido con alguno de ellos, con la saga Harry Potter, de J. K. Rowling. Hay, por otra parte, quien entiende la “buena literatura”, distinguiéndola así de la “mala literatura” o “literatura de masas”, por aquella que está escrita con verdadera pasión[5], casi por vicio o necesidad, y no con fines económicos, pero, como bien es sabido, querer no siempre es poder y hace falta algo más que amor para que te salga una buena berza. Aunque lo cierto es que los mayores éxitos han sido escritos por gusto, por casualidad, incluso. Hay casos como los de Stephen King o Ken Follet, que tienen la fórmula de la Coca-Cola como quien dice, y se pueden permitir el lujo de comerciar con sus obras como si fuesen acciones de bolsa, aunque este no fuera el fin primero de sus escritos. Hay otros, como el de J. K. Rowling[6], que comenzó su mágica historia desde la pobreza y desesperanza, siendo casi una sintecho, y que hizo de su libro su vía de escape, primero psicológica y después físicamente, consiguiendo, tras varias negativas —diez fueron las editoriales que rechazaron su ópera prima[7]—, publicar la saga que le llevaría al éxito. Y luego están los casos como el de E. L. James[8], que comenzó su obra por diversión y entretenimiento personal, haciendo experimentos con personajes de otra saga, y que obtuvo como resultado un libro mundialmente leído, a la par que criticado. Criticado por no tener el estilo prosaico de Borges ni las entramadas historias de Agatha Christie. Una buena cantidad de personas se han atrevido a sentenciar: “eso no es literatura”. Más de la mitad de esas personas añadirían luego: “pero yo no lo he leído; ni loco me leo esa cosa tan mala”. Pero lo cierto es que todo escritor que se precie busca dos cosas: vender y trascender. Así, podríamos hacer dos grandes grupos dentro de los best-sellers: los que venden de un tirón y luego es sustituido por otro, y los que venden y quedan en la memoria de sus lectores, y quedarán al paso de los años, convirtiéndose en los clásicos nacidos en los siglos XX y XXI, lo cual dependerá del impacto que tenga un libro no en un lector, sino en millones de ellos. Nadie tiene derecho a decidir cuál es un buen libro o cuál no, pero, con el tiempo, las cifras y la memoria hablan por sí solas.




[1] Gabriel Zaid, Los demasiados libros, Debolsillo, Barcelona (2010), pp. 18 y 19.
[2] Patricio Pron, “Crisis”, El libro tachado, Turner Publicaciones, Madrid (2014).
[3] Juan José Millás, art. “Un ataque político a las formas de vida”, periódico El País, 26 de diciembre de 2013.
[4] Página web donde negros literarios ofrecen sus servicios: http://www.negrosliterarios.com/
[5] Almudena Grandes, art. “Elogio de la Literatura”, periódico El País, 2 de junio de 2013.
[6] “So I think it fair to say that by any conventional measure, a mere seven years after my graduation day, I had failed on an epic scale. An exceptionally short-lived marriage had imploded, and I was jobless, a lone parent, and as poor as it is possible to be in modern Britain, without being homeless. The fears that my parents had had for me, and that I had had for myself, had both come to pass, and by every usual standard, I was the biggest failure I knew. Now, I am not going to stand here and tell you that failure is fun. That period of my life was a dark one, and I had no idea that there was going to be what the press has since represented as a kind of fairy tale resolution.” Discurso de J. K. Rowling en Harvard, 2008.
[7] Juan Carlos de León, “Los errores de la historia de la Literatura”, Casa del Tiempo, n.º 21, julio de 2009, Universidad Autónoma Metropolitana.

jueves, 2 de abril de 2015

El dialecto andaluz I

Son muchos los tópicos sobre los andaluces y a todos nos meten en el mismo saco, pero la realidad dialectal (gramática, morfológica y, sobre todo, fonéticamente hablando) nos muestra un andaluz variopinto y caprichoso, generalmente diferenciado en zonas este y oeste, aunque no siempre.

Vocales

En primer lugar, hay una clara diferenciación entre la zona occidental y la oriental en el sistema vocálico, pues la primera tiene cinco vocales (a, e, i, o, u) y la segunda tiene diez (las anteriores más su versión abierta -a lo que comúnmente se le llama "hablar con una papa en la boca" y técnicamente "palatalización de la vocal" o algo así). Véase el caso de las zonas de Puente Genil, Estepa, Casariche y Alameda (Córdoba, Sevilla y Málaga), donde se habla como a todos nos ha dado alguna vez cuando chicos: todo con la e: ¿Qué té ehtá uhté, igüé, iho, o mé mé? (traducción: ¿qué tal está usted, igual, hijo, o más mal?). A veces, incluso, esta palatalización sirve para distinguir el singular del plural: graná/grané

La división de este desdoblamiento vocálico o ausencia del mismo es más o menos la siguiente:



Así, según su pronunciación vocálica, Andalucía queda dividida en dos: la zona occidental (Huelva, Sevilla, Cádiz, oeste de Córdoba y puntos más occidentales de Málaga) y la zona oriental (Jaén, Granada, Almería, Casi toda Córdoba, gran parte de Málaga y algunos puntos de la sierra norte de Sevilla). 

Cabe decir que esto es desde un punto de vista muy generalizado, que después en su casa cada uno habla como le da la real gana, y los usos fonéticos están sujetos al mismo contexto. Así, un gaditano de pura cepa podrá decir "no me lo puedo de creÉ", cosa que en escrito transcribiríamos como "creéh", cuando en realidad no se trata de una aspiración sino de una palatalización, digo yo.

martes, 24 de marzo de 2015

En lo bueno y en lo malo

La vida tiene una curiosa, cínica y macabra forma de decirte que estás en sus manos. Si hay alguien en algún lugar manejando los hilos es algo que, quizá, nunca sabremos, tal vez porque la respuesta es tan simple como calificar de absurda semejante cuestión. Pero hay, a veces, casualidades tan inverosímiles e inesperadas que te hacen sentirte como si fueras un personaje de best seller. Pero no de una novela cualquiera, sino de una de esas que te hacen odiar profundamente al autor por jugar tan cruelmente con tus sentimientos y someter a todos los partícipes, personajes y lectores, a un dolor tan profundo. Prim no debía morir. No después de todo. Porque, tras toda pérdida, siempre queda alguien preguntándose para qué. Y eso no es justo.


miércoles, 11 de marzo de 2015

Sobre mitología griega I

Enfrentamiento con los Titanes
Esta lucha se establece por imponer un nuevo dios. En ella, Zeus tenía que vencer a Cronos y a sus hermanos, los Titanes. Es, en realidad, la lucha entre la mitología indoeuropea y la griega, una forma de no imponer por la fuera su propia mitología, sino de darle una explicación al cambio. Así, Zeus asimila el papel de fértil (cretense) y fuerte (indoeuropeo). Desde ahí, se le van dando nuevas atribuciones: dios del hogar, de la familia, de los suplicantes, de los juramentos, protector de las ciudades, y un largo etcétera.

Zeus
Se podría decir que Zeus era infiel a Hera siempre que podía, o bien que estos participaban de la poligamia, que para el caso es lo mismo pero contando con el permiso de la doña, lo cual no explicaría los mosqueos y ataques de ira constantes que sufría esta tras descubrir un nuevo amante. Lo que sí es cierto es que la unión de ambos representa la unión del cielo y la tierra, lo cual se puede también encontrar en los distintos deslices amorososexuales del dios, como es el caso de Danae, encerrada en una torre a cuenta de una profecía del oráculo, lo que no impidió que el pillo de Zeus se busque las formas para fecundar a esta muchacha: este se metamorfoseó en lluvia dorada, dando lugar a una bonita escena, digna del trazo de Tiziano o de Klimt. Zeus es a la vez un dios varonil y fértil (cielo y tierra), herencia de las dos mitologías, antes citadas, que lo conforman: la cretense y la indoeuropea.

Danae, de Gustav Klimt


























Hera
Zeus la toma como esposa nada más llegar al Olimpo. Para unirse a sus encantos, Zeus toma la forma de un cuco. Se le atribuía la capacidad de cuidar de seres fabulosos, como el León de Nemea o la Hidra de Lerna.

No es una diosa traída de oriente. Su nombre es de origen indoeuropeo, y de él se hallan las interpretaciones de tener cualidades celestes, estar al servicio de las mujeres, madurez y matrimonio. Esto último se refleja en su instinto protector y su fertilidad. En su vida matrimonial, muestra una sumisión total ante Zeus, lo que indica el tipo de sociedad patriarcal. Se vincula con el agua como elemento de vida.

Es una diosa muy vengativa. Y Zeus, con sus repetidas infidelidades, siempre le da un buen motivo para mostrar su ira. El 80% de la mitología griega habla del mujeriego de Zeus y los planes malévolos de venganza de Hera. Es divertido. Gracias a una de estas venganzas tenemos a Hefesto: Zeus acababa de provocar el nacimiento de Atenea, salida de la cabeza de este (lo normal: Zeus se encapricha de Metis, yace con ella, se la come para que no nazcan de ella hijos más poderosos que él, le empieza a doler el coco, pide un hachazo que calme su dolor y de su cabeza nace Atenea, ya crecidita y armada y todo, o eso dice una de las versiones). Tras enterarse, Hera, consigo misma y nadie más, da a luz a Hefesto, que por lo visto era tan feo y deforme el pobre que la madre lo echó del Olimpo, que está allá en los cielos como a unos muy muchos kilómetros del suelo, provocando que el pobre Hefesto, además de difícil de ver, sea cojo. Y es que de la tierra no nace nada bueno ni bonito.

Poseidón
Hermano mayor de Zeus, dios del mar y esposo de la tierra. Una vez son derrotados los titanes, Zeus, Hades y Poseidón se reparten el mundo (cielo, inframundo y mar, respectivamente). Pasaba la mayor parte del tiempo con su esposa, Anfitrite, ninfa y antigua diosa del mar. Sabemos por Homero y los epítetos que le daba, que Poseidón era en principio un dios terrestre. Lo tenía como aquel que carga con la Tierra o aquel que conmueve la Tierra. También nos dice la mitología que fue este el encargado de sepultar a los Titanes. En Tesalia se pensaba que el primer caballo fue obra de Poseidón y era adorado con forma equina. Por otra parte, Deméter, dice el mito, huyendo de la fogosidad de Poseidón, se metamorfoseó en yegua, y Poseidón, para satisfacer su deseo, tomó la forma de un caballo. Además, una de las hijas del dios es Melanipa, que viene a significar "caballo negro". También se le vincula con el toro, pues el toro que devasta la isla de Creta fue enviado por Poseidón.

Este dios marino-terrestre no fue muy afortunado en imponer sus voluntades. Perdió todas las ciudades que amaba, como Atenas (de Atenea), Gina (de Zeus), Argos (de Era) o Delfos (de Apolo). Solo se queda con una parte de Corinto, compartiendo la ciudad con Helio. La razón de su mala fortuna se debe a que los griegos hacían a Poseidón responsable de transformar la geología a golpe de tridente: terremotos, grietas, desprendimientos... 

¿Por qué el pobre Poseidón es inferior a Zeus? Es más antiguo y más importante que Zeus, pero poco a poco va a ir perdiendo importancia, haciendo que Zeus le vaya ganando terreno. A partir de ese momento, se hará con el mundo marino sin perder sus atribuciones terrestres. Pero Poseidón es un dios de imperfecciones, y eso se ve reflejado en sus hijos, algo deformes y poco civilizados, al igual que todo lo que nace de la tierra (véase los hombres o el mismo Hefesto).

martes, 17 de febrero de 2015

No soy como tú

Cuando vuelva a casa acabaré con esta pesadilla… No sé en qué estaba pensando cuando me alisté. Supongo que quería ser un héroe. Exterminar a los malos y acercar el cielo a la tierra. Pero cómo pude tragarme semejante gilipollez. Estoy harto de esta guerra, de las pesadillas y de ver los cuerpos caer. Tendría que haberlo sabido antes. Una vez dentro, o estás con ellos o contra ellos. Pero yo no puedo más. A veces deseo la muerte y me echo a temblar. Seis años es mucho tiempo. Yo era un crío. Feliz, valiente y lo bastante estúpido como para creer que tenía que salvar el mundo. Solamente un crío. Tus padres estarán orgullosos de ti, decían, el país entero lo estará. ¿Y qué pasa con el resto del mundo? Son muchas las vidas que llevo a mis espaldas. Y ya no puedo con tanto peso. Necesito irme a casa…

Cerraba los ojos y apretaba los dientes cuando el tipo de al lado le dio un codazo.

–Tío, ¿en qué piensas? Llevas todo el camino haciendo gestitos y refunfuñando por lo bajini. Y todavía nos quedan otras cinco horas de viaje. Vas a echar humo por la cabeza.

–Estoy harto. No sé qué estamos haciendo ni para qué. Solo sé que hay un puñado de impresentables que se llevan los méritos de las vidas que quitamos.

–Relájate, chaval. Llevas años en esto y ya sabes cómo funciona. Ellos te dan un buen sueldo y tú haces lo que te pidan hasta que ya no les hagas falta. No hay más. La única forma de sobrevivir a esta mierda es no darle demasiadas vueltas al asunto. Eso y algunos trucos –se sacó una bolsita con polvos blancos de la bota.

–Paso de esas mierdas. Como si no tuviera ya suficiente…

–No, tío, esto es la leche, de verdad. Te hace estar al quite, pero sin que nada te importe un carajo, ¿lo pillas? Es justo lo que necesit...

–¡Shhh!

“Aviso a todas las unidades. Cambio de rumbo. Repito: cambio de rumbo. Seguíamos una pista falsa, pero nuestros topos nos han informado de que el próximo blanco no será Nocturm, sino Hyperion. Repito: marchamos hacia Hyperion. Tenemos hasta mañana al caer la noche para tenerlo todo dispuesto. Os espero allí”. Se cortó la transmisión y en el tráiler, que hasta entonces estaba cargado de un silencioso pesar, se armó un gran revuelo. De los cincuenta hombres que había en él, al menos diez de ellos procedían de Hyperion o tenían familia allí.

Al cambiar de rumbo, el viaje se alargó otras catorce horas. Cincuenta hombres alimentándose de comida de lata y evacuando en cubetas. Los nervios se podían palpar. Las botas taconeaban contra las paredes del tráiler, haciendo que unas notas metálicas inundaran el ambiente. Unos se crujían los nudillos a cada minuto, otros jugaban con sus navajas. Poco a poco, esos ruidos se fueron sustituyendo por los ronquidos de los pocos afortunados que consiguieron conciliar el sueño, hasta que la luz penetró en el lugar cuando el conductor abrió las puertas de par en par.

¡Arriba, gandules! El sargento quiere dedicaros unas palabras.

Bajaron todos del camión con los ojos entrecerrados y el arma colgada a la espalda. Estaban en una explanada, a las afueras de Hyperion. Desde allí podían divisar los pocos edificios que se alzaban al cielo. Hyperion era una ciudad pequeña, aunque rica en pastos y canteras. Los otros camiones ya habían llegado, y sus pasajeros, unos 600 hombres, ya estaban sentados en mitad de la explanada, todos mirando a un mismo epicentro: el sargento.

–Creían que nos iban a engañar. Esta gentuza quiere robarnos nuestro dinero, nuestras mujeres, nuestras joyas y suministros. Quiere robarnos nuestras tierras. Quiere esclavizarnos. Pero no podrán. Somos más. Tenemos más armas. Y hemos descubierto su verdadero plan. Se creen muy listos pero no saben con quién se la están jugando. Hoy os quiero al cien por cien. No podemos dejar que todo esto se inunde de infieles. Tenemos que acabar con esos cabrones. No vais a dejar a uno solo con cabeza, ¿me oís? Los quiero a todos muertos, quemados y enterrados para mañana a esta misma hora. Cualquiera que se escape podría resultar letal para nuestra armada y nuestro fin. No podemos permitirnos un solo error. Un superviviente significa uno que puede informar al resto de nuestro ejército, nuestras armas y nuestras tácticas. No os la juguéis conmigo. Ya sabéis lo que pasará si lo hacéis... Vamos a hacer algo grande, chicos. Sabéis que esta tierra os necesita. No habrá paz mientras uno solo de ellos esté con vida. Tenemos que limpiar estas tierras. Y debemos ser fuertes para hacerlo. Ahora descansad un poco y preparaos para el ataque. Os espera una noche muy larga. ¡Pronto todo esto será un puto paraíso!

El grupo comenzó a moverse, unos con la cabeza gacha, otros con rabia en los ojos, totalmente convencidos por el discurso del sargento. El círculo comenzaba a disiparse cuando se oyó una explosión y en cuestión de segundos una nube de color verdoso cubrió Hyperion.

–Pero qué coj… ¡Hijos de puta! ¡Corred! Tomad las armas y las mascarillas y subíos al maldito camión. Tenemos trabajo que hacer.

Enseguida la explanada estuvo de nuevo desierta y todos los camiones se pusieron en movimiento. En la media hora que duraba el trayecto, los tripulantes agarraban con fuerza sus armas, daban golpes, gritos, se animaban unos a otros tomando fuerzas para salir al campo de batalla una vez más. El murmullo de fondo con cantos y rezos acompañó a los muchachos durante todo el camino, mientras la bolsita de polvos blancos rulaba de uno a otro.

Lograron entrar en la ciudad con el tráiler. Poco a poco estos se iban abriendo y descargando. De la oscuridad de su interior salían guerreros fornidos de todas las edades, corriendo, gritando y dando disparos al aire. La ciudad se ahogaba entre esa niebla verde y densa. Cubrían sus rostros con mascarillas que apenas podían filtrar el pestilente aire que corría por las calles de la ciudad. Los otros, los del bando contrario, estaban por todas partes. Pero él, en lugar de disparar y acometer contra ellos como hacían sus compañeros, se cubría tras los muros intentando llegar a su barriada para llegar así a su madre y su hermano pequeño, a quienes no veía desde hacía ya varios años. Su padre, como él, se alistó y compartieron juntos numerosas victorias, hasta que perdió, primero la cabeza, y luego la vida en una de las batallas.

La ciudad era un campo de tiro cruzado. Los cuerpos sin vida inundaban las calles, aunque eran más los que pedían, rogaban, entre llantos un tiro certero entre ceja y ceja. Cuerpos desmembrados, sangrientos, coloreaban Hyperion de rojo y verde. Corría de un lado a otro, siguiendo con sus manos las calles, y adivinando a ver su barriada. La ciudad estaba irreconocible. De lo poco que alcanzaba a ver tras la niebla, solo encontró ruinas donde antes había bares, recreativos, floristerías... Divisó su calle. La puerta de su casa estaba abierta. Corrió hacia ella y al entrar, la encontró revuelta por completo. Papeles y ropa por el suelo, maletas a medio hacer. Se dirigió hacia la puerta gritando sus nombres, y nada más poner un pie en la calle se encontró de frente a un enemigo. No se le ocurrió más que dar media vuelta y correr, chocando con las sillas, pisando los platos, y escuchando los pasos tras de sí. Logró saltar por una ventana y perderse entre la nube de gases. Alcanzó un parque infantil con una casita de madera. Subió por las redes, entró en la casita de cuclillas y echó a llorar. El aire apenas llenaba sus pulmones y el corazón se le iba a salir por la boca. Tapó sus oídos con sus manos y cerró los ojos, y por unos segundos sintió paz. Al abrir los ojos, alguien asomaba por la ventana de la casa de madera. Antes de ver el color de la bandera que cubría su cuello, apretó el gatillo, para después salir corriendo de allí con el arma en alto, gritando y disparando a diestro y siniestro. Ya no sabía distinguir al enemigo. Barrió el paisaje con su arma, alcanzando a un grupo de hombres del bando contrario que corrían lanzallamas en mano. Disparó y disparó, hasta que se quedó sin balas y sin fuerzas.

La nube de gas se fue despejando poco a poco y los gritos de los caídos fueron desapareciendo tras un disparo en la sien. Él permanecía sentado en el asfalto, gritando al cielo y alzando el arma. La ciudad se había sumido en un silencio sepulcral. No había un alma paseando por sus calles. Hyperion se vestía por unos minutos de ciudad fantasma. De repente, algo interrumpió ese silencio. Vio una tapa de alcantarilla a medio cerrar, y de ahí salió un niño a la superficie que se acercó a él y se quedó mirándole a los ojos.

Del fondo de la calle apareció el sargento con un grupo de soldados tras él.

–¡Eh! Levántate. La zona ya está limpia. ¿Lo ves? Ni uno solo de esos imbéciles. Les hemos dado fuerte en las pelotas, sí. Pero ya están planeando el siguiente ataque, así que ya te quiero de vuelta, ¿me oyes?

Se levantó del suelo, puso una mano en el hombro del chaval, y sin poder disimular el nudo que se le formaba en la garganta, le dijo:

–Cuida de mamá, ¿vale?

El chaval no cambió el gesto mientras lo veía alejarse, unirse al sargento y al resto del grupo y perderse en el fondo de la calle.



jueves, 8 de enero de 2015

Reminiscencia

Recién acaba de pasar el día de Reyes, día mágico que desata la sonrisa de los más pequeños de la casa. Este año, la mía ha estado vacía de risas de esas, pero lo importante es que mis pequeños rieron, cada uno en su casa, pero rieron. Yo, como Antoine de Saint-Exupéry, dedico esta entrada a todos vosotros cuando erais niños. Y espero dibujar alguna sonrisa en aquellos que, como yo, crecieron bajo esta banda sonora. 

Este año nos lo vamos a pasar pirata.