La llegada de la literatura al mundo
cibernético no ha sido más que una adaptación a la realidad que nos rodea. Hoy
en día, llevamos una vida lo suficientemente acomodada como para dejar volar
nuestra imaginación y explotar nuestra creatividad, y lo suficientemente
ocupada como para necesitar ese desahogo. Estando como estamos, cerca de un
tercio del día pegados a una pantalla[1]
—entre televisión (124’), ordenador (97’), smartphone (122’) y tablet (53’)—,
no es de extrañar que hayamos hecho de Internet nuestro rincón favorito para
trabajar, estudiar, socializar y también crear y recrearnos. Aunque no es la
plataforma —del papel a la pantalla— lo único que ha cambiado en esta nueva
forma artística. Podríamos hablar, por ejemplo, de los inicios. En el mundo
literario ha entrado mucho en juego la suerte, más incluso, en algunos casos,
que la calidad. Cuántos grandes autores nos habrán pasado desapercibidos a lo
largo de la historia es una pregunta que quedará sin responder. Pero Internet
brinda una oportunidad a aquellos que, aun teniendo talento, una editorial les
ha dicho “no”, dejando así ese poder de decisión al usuario, que se encuentra
en total libertad de tomar o no su lectura. O bien dando un lugar a aquellos
que prefieren esconderse bajo un pseudónimo o que no escriben para otros sino
para uno mismo y se contentan con el morbo de que un destino azaroso lleve a un
lector a una página olvidada de la mano de dios o del ojo público.
Por otra parte, en la literatura
virtual hay un punto de gran contraste con la de papel. La gran diferencia
entre ambas —ha de recordarse que estamos hablando en todo momento de literatura,
en uno y otro caso— se encuentra en sus limitaciones legales. Estas son los
derechos de autor y el libre uso o el uso capado y difusión de sus textos. Lo
que para una supondría un delito (el ya tan conocido pirateo), para la otra
significa un éxito rotundo. Es decir, no se le puede negar el valor material a
una obra que ha tenido tras de sí, además de un trabajo, una inversión. Sin
embargo, admitir el trabajo que lleva detrás un libro impreso no debe dar
licencia para decir que su valor o calidad es mayor a la de una obra virtual, y
en este segundo caso, bien es cierto que tenemos un amplio catálogo de obras
gratuitas, lo cual es un punto a favor para el ávido lector de bajo sueldo. En
conclusión, una mide su éxito en euros, mientras que la otra lo mide en
visitas.
Pero en esta época de transición
digital, podemos ver cómo las obras viajan de un formato a otro, buscando,
finalmente, estar en todas partes, y consiguiendo la fusión de ambos bandos.
Así como los escritores de la pantalla buscan ver sus libros impresos y en los
escaparates, los escritores de papel usan Internet tanto para promocionarse
como para dar a vender su obra en el formato electrónico, y abarcar así al
público que se ha rendido ante los encantos de este nuevo artilugio
tecnológico. A su vez, hay abiertos proyectos de digitalización que pondrán a
disposición del lector toda obra libre de derechos, haciendo más fácil la
búsqueda de información y la investigación. Un ejemplo de esta fusión es el
caso de Holden Centeno, usuario de Twitter, Instagram, Facebook, Google+, y,
sobre todo, de Blogger, quien publicó recientemente su opera prima: La chica de Los Planetas. De una
historia común —chico y chica se enamoran, chica deja a chico, chico quiere recuperarla
cueste lo que cueste—, nace otra extraordinaria. Realmente él haría todo lo
posible por recuperarla. Literalmente. Literariamente. Empezó en Twitter —a
sabiendas de que ella participaba mucho de las redes sociales— contando su
historia, poniendo citas de canciones que ambos conocían, libros, películas y
recuerdos compartidos buscando llamar su atención. Pero no fue la única que
reparó en sus tweets y en poco tiempo alcanzó los más de 1500 seguidores. Su
objetivo se cumplió, pero no por mucho tiempo. Ambos volvieron, pero a los
pocos meses ella le volvió a decir adiós. Durante ese tiempo, ella le había
animado a escribir, y así hizo, esta vez en Blogger[2],
poniendo a su meta, una vez más, nombre de mujer. Por ahora no ha conseguido lo
que buscaba tras esa ruptura, pero ha conmovido a cientos de miles de personas
que, ya sea por recomendación o por obra del azar, han ido a parar al blog al
madrileño que se oculta bajo ese alias. Fueron dos las editoriales que le
ofrecieron publicar sus historias en papel. Primeramente, salió en versión
electrónica con Clavedefá Ediciones. Esta versión la ofrecía pública y
gratuitamente en su blog, bajo petición por correo electrónico, y en sus
primeras páginas añadía su número de cuenta para que cada cual fuera libre de
pagar la cantidad que creyera justa. Más tarde, la editorial Suma de Letras se
atrevió con su primera tirada. El libro ha conquistado muchos corazones, aunque
buscara conquistar solo uno. Esta anécdota es la muestra del alcance que puede
tener la literatura que no se ofusca con la sombra de don Dinero. Quizá, lo más
cautivador de su obra es su veracidad. Como suele pasar con la literatura, a
veces no se sabe qué hay de real y qué de ficción. “Si algo hay
cierto en mi historia es que es real. Admito que digan que el libro es una puta
mierda, pero no que piensen que me lo estoy inventando”, se pronuncia Holden
Centeno ante estas sospechas.
“Cambiaría todo lo que estoy viviendo por volver con ella”, dice en su
entrevista con Juan Fernández, colaborador de El Periódico[3].
Si el gusto por ser leídos es
compartido tanto por los autores del papel como de la pantalla, ¿qué empuja al
escritor a la publicación en papel?, o quizá sería mejor preguntar: ¿acaso todo
el que escribe en Internet aspira a verse publicado en papel? Se da por
supuesta la satisfacción de ver tu libro en el escaparate de una librería,
aunque debe ser equiparable al número de ventas, así como la ponderación entre
número de visitas y descargas de un libro en la red. Llegados a un punto de
fusión entre ambas plataformas donde el papel se rinde ante el formato .epub y
el libro en red presenta al lector la posibilidad de tener dicho libro en papel
bajo demanda, la línea que separa ambos bandos se hace cada vez más borrosa. El
término medio entre el libro que llega a su lugar de venta de la mano de una
editorial y los versos o relatos escritos en las distintas plataformas de Internet
son, por una parte, los autores de coedición; y por otra, los autores que publican
en Bubok, Lulu, Lektu o Amazon. La diferencia entre unos y otros es que el
primero debe pagar por crear su libro, su impresión y distribución, para verlo
finalmente en las librerías, a riesgo de no recuperar la suma invertida en el
proyecto, y el segundo puede comerciar su libro, cuyo formato ha sido creado
por páginas webs, con la libertad de edición por parte del autor, sin tener que
costear gasto alguno, sin que su libro figure en el catálogo de una librería
física pero con la posibilidad de que su obra acabe en casa de algún lector,
haciendo de su compra una ganancia para el escritor.
Por lo tanto, y sintetizando en parte
el punto anterior, una de las ventajas de la literatura cibernética es el libre
acceso, gratuito las más veces, y la gran capacidad de difusión. Se ha de tener
en cuenta, en lo que corresponde a que
todas las redes sociales están interconectadas entre sí: puedes twittear una
publicación de Facebook, enlazar en Facebook una foto de Instagram, poner en tu
blog personal un tweet o compartir cualquiera de las publicaciones por WhatsApp.
Así que, si tenemos en cuenta no solo los seguidores que pueda tener una cuenta
o una publicación, sino el número potencial de esos seguidores que podría
compartir dicha publicación en una, otra o varias redes sociales, de las que a
su vez otros seguidores podrían tomar prestada y compartir en sus propias
cuentas, e incluso llegar así a páginas de recopilación de publicaciones como puede
ser Visto en las redes, consiguiendo por ello nuevos lectores y seguidores y
ampliando la onda expansiva de una publicación, el número de lectores de una
sola publicación puede ascender a miles de millones. Y cada vez son más las
editoriales que buscan sus próximos superventas en las redes, como en el caso
de Holden Centeno, antes mencionado, o como hizo Ana Mayi con Javier Fornell.
La mayor particularidad —y quizá la
única— que tiene la escritura cibernética con respecto a la de papel es el uso
del hipertexto. Aunque ya Cortázar hizo su propia “versión” del hipertexto,
haciendo al lector de Rayuela dar
saltos de uno a otro capítulo, o bien algunos libros de rol, que dibujan tu
lectura como la consecuencia de tus decisiones, la verdad es que no existe el
hipertexto sin los medios digitales. Estos son los enlaces que te llevan a
vídeos, publicaciones, otras páginas y que pueden complementar, o bien crear,
una lectura particular que no podría darse en papel. Otro elemento que sería un
claro impedimento para una impresión sería la música o el vídeo, pues no existe
más que en las novelas de Harry Potter, aunque nadie descarta que se pueda
hacer de alguna forma en un futuro no muy lejano.
Un buen ejemplo de ciberliteratura es
el de Gabriella Infinita[4],
de la Universidad Javeriana de Colombia, quien nos ofrece un juego de
animación, imagen, sonido y texto en la que el lector se mueve a su voluntad,
eligiendo puertas que le llevarán a uno u otro fragmento de texto, creando así su
propia organización de la trama, que tendrá como resultado una novela de
suspense.
[1] Estudio elaborado por Mary Meeker,
de KPCB (Kleiner Perkins Caufield & Byers), para su presentación anual de
tendencias de Internet de 2014. Diapos. 96.
[3] Entrevista a Holden Centeno, 14 de
diciembre de 2014: http://www.elperiodico.com/es/noticias/ocio-y-cultura/holden-centeno-cambiaria-todo-que-estoy-viviendo-por-volver-con-ella-3769745
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