martes, 18 de agosto de 2015

El panorama literario: la transición literaria (II)

Sí, hoy día todo el mundo puede escribir, leer y también criticar. Por ello, ahora más que nunca, la línea que separa lo que es literatura de lo que no es extremadamente delgada. Es muy común oír poetas decir: “bueno, yo escribo muchos versos, escribo a diario, a veces me sale poesía y otras veces no”. ¿Cómo distinguirla? En un juego en el que todo vale, ¿cómo definir la literatura? Según la RAE, literatura es el “arte que emplea como medio de expresión una lengua”; y define arte como “1. Virtud, disposición y habilidad para hacer algo; 2. Manifestación de la actividad humana mediante la cual se expresa una visión personal y desinteresada que interpreta lo real o imaginado con recursos plásticos, lingüísticos o sonoros”. Solo algunos diccionarios incluyen el valor estético en la definición de literatura. No hay características que definan la literatura, ni exigencias, nada que restrinja o distinga unos textos de otros. Un informe policial o judicial no es literatura; pero sí lo es el último libro de Julio Molina Font, Crónica negra de Cádiz, donde reproduce juicios, noticias, sentencias e informes. Entonces, ¿dónde está el límite?, ¿cuál es el mínimo requerido para llamar literatura a un puñado de palabras? Salió este tema en un encuentro de escritores —con Fran Chaparro, Daniel Lanza y Javier Fornell— y todos coincidieron en que no es lo mismo “autopublicación” que “autoedición”. La primera es aquella en la que el autor contrata unos servicios editoriales, paga sus arreglos y, dependiendo de si en el contrato se incluía distribuidora o no, es el servicio o bien el propio autor el que pone su libro a disposición del librero que se lo acepte. Por el otro lado, autoedición es cuando todo queda en mano del autor, quien se hace cargo de todos los pasos: maquetación, corrección, diseño, distribución y venta. Luego, en un tercer bando está la coedición, más cercana a la primera, donde tanto el servicio editorial como el autor invierten en la obra y ambos acuerdan el porcentaje de las ganancias. Y son muchos los autores noveles que optan por la autoedición, por ser esta más barata, pero que no poseen los conocimientos necesarios para que al lector le llegue un producto de calidad —aparte de la dificultad, y casi la imposibilidad, de corregir con rigor, objetividad y criterio una obra de creación propia—. Es decir, está muy bien que haya libre acceso al mercado del libro, pero debe haber alguien respaldando ese trabajo, un profesional, alguien que corrija, quite, ponga, cambie, mezcle, reescriba todo lo que fuera necesario para garantizar una calidad mínima, porque crear un libro, como objeto, es mucho más que mandarlo a imprimir. El lector se siente engañado cuando se toma un tiempo que no tiene en leer un libro que, encima, no logra engancharle ni aportarle nada bueno. Y mayor sería la burla si, además, este libro tuviera errores colosales de maquetación u ortografía. Cierto es que, aun teniendo un buen grupo de profesionales a sus espaldas, no hay garantía total posible. Y no la hay por una simple razón: para gustos, los colores. No existe libro que pueda satisfacer a todo el mundo. Cada uno ha de someter a criba la gran variedad de libros y, además, tener buen ojo a la hora de probar suerte con el siguiente. Del mismo modo ha de hacer uno cuando se enfrenta al inabarcable mundo de Internet. La vista es rápida y el dedo más aún. Si las dos primeras líneas no son satisfactorias, el lector no debe tener reparo alguno en pasar a otra página. A los libros, como a cualquier otro formato de entretenimiento, no se les debe tener demasiado respeto. Son un bien sometido a nuestra voluntad y apetencia, no un deber. Teniendo esto en cuenta, la inmensa diversidad que encontramos hoy no es un problema, sino un regalo. Juan Carlos Ferrer, alias Juankiblog[1], de Barcelona, quien escribe en su blog desde hace ocho años y ha publicado tres libros a sus escasos veinte años, ha compartido conmigo su opinión. Ante la pregunta de si el libre acceso a la publicación ha afectado o afectará al mundo literario para mal, ha respondido:

Realmente, ya ni siquiera el “se lo puede costear” es excusa, porque basta con tener alcance a un ordenador y a una conexión a Internet. Gracias a páginas como Bubok o Lulu ni siquiera tienes que invertir económicamente a la hora de escribir un libro. Y no, no sé, no creo que le haga mal. Al contrario, tenemos mucho más donde elegir. ¿Qué hay mucha más morralla? Por supuesto. Pero morralla ya la había hace veinte años igual. Y seguro que a cambio nos llevamos alguna que otra joya. Así que no, realmente no me parece en absoluto mal, lo único que pasa es que ahora el filtro depende, más que nunca, del lector. Por cada El Libro Troll de ElRubius habrá otro que merezca la pena.

De hecho, ahora más que nunca la lectura está de moda. Otra prueba de que Internet no hace mal sino que, por el contrario, promueve la lectura, sobre todo entre adolescentes y jóvenes de entre 16 y 25 años —la edad media de los usuarios de redes sociales—, es la aparición de los llamados booktubers[2], es decir, aquellos que graban y suben a Youtube vídeos frente a la cámara hablando de los libros que leen, sus expectativas, impresiones, sus lecturas favoritas y demás experiencias con el mundo del libro. Estos vídeos, divertidos y dinámicos, han animado a muchos jóvenes a emprender la lectura, así como a participar de esta comunidad y subir sus propios vídeos. Ingleses e hispanoamericanos son los que encabezan la lista de booktubers, pero cada vez son más los usuarios[3] y mayor el terreno ocupado por estos.
Otra prueba del auge de las letras nos la da el otro bando: los lectores. A lo largo de estos últimos años se han ido creando en Internet rincones donde todo lector puede encontrar su lugar. Foros, reseñas, clubs de lecturas online, todo lo que el lector busca para compartir su experiencia y ampliar su terreno conocido del mundo del libro se reparte en, principalmente, cuatro redes sociales: Goodreads (una comunidad de catalogación que permite a sus lectores fichar los libros leídos y por leer y opinar sobre los mismos), Lectyo (red social orientada para los lectores en español que trata de fomentar la lectura al margen de la industria), Lecturalia (también para hispanohablantes, donde pueden calificar libros y discutir sobre ellos) y Douban (portal chino sometido a censura para evitar la rebeldía contra el régimen).
Una última prueba, esta vez más física y palpable, es la aparición de nuevas editoriales, librerías y empresas de servicios de publicación. En los últimos cinco años, solo en Cádiz capital, han abierto las librerías Alejandría (absorbida posteriormente por Quorum), Las libreras, La Clandestina, Sargón, Alpa (anteriormente Omega, abierta tras años de cierre); En Puerto Real, El Aprendiz; en Jerez, Azul; en Conil, Rosalía de Castro, y en San Fernando, Agapea. Y en cuanto a editoriales, tenemos a Ediciones Mayi, Absalon, Quorum, Dos mil locos editores, Hélade, Licenciado Vidriera y Cazador de Ratas. Todo eso en una población de alrededor de 700.000 habitantes. De hecho, según los estudios de la Confederación Española de Gremios y Asociaciones de Libreros[4], realizados en 2013, España era el país de la Unión Europea con mayor número de librerías, con 5.468 librerías, haciendo un ratio de 11,6 librerías por cada 100.000 habitantes.



[1] Blog personal de Juan Carlos Ferrer Aranda: http://www.juankiblog.com/
[2] Reportaje sobre booktubers, publicado el 1 de diciembre de 2013. https://www.youtube.com/watch?v=PHQ5pufM_6I#t=163
[3] Comunidad booktuber: archivo de vídeos de booktubers que se inició en septiembre de 2011 y aún hoy se actualiza mes a mes, superando los cien vídeos al mes en muchas ocasiones. http://booktubenews.tumblr.com/archive

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