Sí, hoy día todo el mundo puede
escribir, leer y también criticar. Por ello, ahora más que nunca, la línea que
separa lo que es literatura de lo que no es extremadamente delgada. Es muy
común oír poetas decir: “bueno, yo escribo muchos versos, escribo a diario, a
veces me sale poesía y otras veces no”. ¿Cómo distinguirla? En un juego en el
que todo vale, ¿cómo definir la literatura? Según la RAE, literatura es el
“arte que emplea como medio de expresión una lengua”; y define arte como “1.
Virtud, disposición y habilidad para hacer algo; 2. Manifestación de la
actividad humana mediante la cual se expresa una visión personal y
desinteresada que interpreta lo real o imaginado con recursos plásticos,
lingüísticos o sonoros”. Solo algunos diccionarios incluyen el valor estético
en la definición de literatura. No hay características que definan la literatura,
ni exigencias, nada que restrinja o distinga unos textos de otros. Un informe
policial o judicial no es literatura; pero sí lo es el último libro de Julio
Molina Font, Crónica negra de Cádiz,
donde reproduce juicios, noticias, sentencias e informes. Entonces, ¿dónde está
el límite?, ¿cuál es el mínimo requerido para llamar literatura a un puñado de
palabras? Salió este tema en un encuentro de escritores —con Fran Chaparro,
Daniel Lanza y Javier Fornell— y todos coincidieron en que no es lo mismo
“autopublicación” que “autoedición”. La primera es aquella en la que el autor
contrata unos servicios editoriales, paga sus arreglos y, dependiendo de si en
el contrato se incluía distribuidora o no, es el servicio o bien el propio
autor el que pone su libro a disposición del librero que se lo acepte. Por el
otro lado, autoedición es cuando todo queda en mano del autor, quien se hace
cargo de todos los pasos: maquetación, corrección, diseño, distribución y
venta. Luego, en un tercer bando está la coedición, más cercana a la primera,
donde tanto el servicio editorial como el autor invierten en la obra y ambos
acuerdan el porcentaje de las ganancias. Y son muchos los autores noveles que
optan por la autoedición, por ser esta más barata, pero que no
poseen los conocimientos necesarios para que al lector le llegue un producto de
calidad —aparte de la dificultad, y casi la imposibilidad, de corregir con rigor,
objetividad y criterio una obra de creación propia—. Es decir, está muy bien
que haya libre acceso al mercado del libro, pero debe haber alguien respaldando
ese trabajo, un profesional, alguien que corrija, quite, ponga, cambie, mezcle,
reescriba todo lo que fuera necesario para garantizar una calidad mínima,
porque crear un libro, como objeto, es mucho más que mandarlo a imprimir. El
lector se siente engañado cuando se toma un tiempo que no tiene en leer un
libro que, encima, no logra engancharle ni aportarle nada bueno. Y mayor sería
la burla si, además, este libro tuviera errores colosales de maquetación u
ortografía. Cierto es que, aun teniendo un buen grupo de profesionales a sus
espaldas, no hay garantía total posible. Y no la hay por una simple razón: para
gustos, los colores. No existe libro que pueda satisfacer a todo el mundo. Cada
uno ha de someter a criba la gran variedad de libros y, además, tener buen ojo
a la hora de probar suerte con el siguiente. Del mismo modo ha de hacer uno
cuando se enfrenta al inabarcable mundo de Internet. La vista es rápida y el
dedo más aún. Si las dos primeras líneas no son satisfactorias, el lector no
debe tener reparo alguno en pasar a otra página. A los libros, como a cualquier
otro formato de entretenimiento, no se les debe tener demasiado respeto. Son un
bien sometido a nuestra voluntad y apetencia, no un deber. Teniendo esto en
cuenta, la inmensa diversidad que encontramos hoy no es un problema, sino un
regalo. Juan Carlos Ferrer, alias Juankiblog[1],
de Barcelona, quien escribe en su blog desde hace ocho años y ha publicado tres
libros a sus escasos veinte años, ha compartido conmigo su opinión. Ante la
pregunta de si el libre acceso a la publicación ha afectado o afectará al mundo
literario para mal, ha respondido:
Realmente, ya ni siquiera el “se lo puede costear” es
excusa, porque basta con tener alcance a un ordenador y a una conexión a Internet.
Gracias a páginas como Bubok o Lulu ni siquiera tienes que invertir
económicamente a la hora de escribir un libro. Y no, no sé, no creo que le haga
mal. Al contrario, tenemos mucho más donde elegir. ¿Qué hay mucha más morralla?
Por supuesto. Pero morralla ya la había hace veinte años igual. Y seguro que a
cambio nos llevamos alguna que otra joya. Así que no, realmente no me parece en
absoluto mal, lo único que pasa es que ahora el filtro depende, más que nunca,
del lector. Por cada El Libro Troll de
ElRubius habrá otro que merezca la pena.
De hecho, ahora más que nunca la lectura
está de moda. Otra prueba de que Internet no hace mal sino que, por el
contrario, promueve la lectura, sobre todo entre adolescentes y jóvenes de
entre 16 y 25 años —la edad media de los usuarios de redes sociales—, es la
aparición de los llamados booktubers[2], es decir,
aquellos que graban y suben a Youtube vídeos frente a la cámara hablando de los
libros que leen, sus expectativas, impresiones, sus lecturas favoritas y demás
experiencias con el mundo del libro. Estos vídeos, divertidos y dinámicos, han
animado a muchos jóvenes a emprender la lectura, así como a participar de esta
comunidad y subir sus propios vídeos. Ingleses e hispanoamericanos son los que
encabezan la lista de booktubers,
pero cada vez son más los usuarios[3]
y mayor el terreno ocupado por estos.
Otra prueba del auge de las letras nos
la da el otro bando: los lectores. A lo largo de estos últimos años se han ido
creando en Internet rincones donde todo lector puede encontrar su lugar. Foros,
reseñas, clubs de lecturas online, todo lo que el lector busca para compartir
su experiencia y ampliar su terreno conocido del mundo del libro se reparte en,
principalmente, cuatro redes sociales: Goodreads (una comunidad de catalogación
que permite a sus lectores fichar los libros leídos y por leer y opinar sobre
los mismos), Lectyo (red social orientada para los lectores en español que
trata de fomentar la lectura al margen de la industria), Lecturalia (también
para hispanohablantes, donde pueden calificar libros y discutir sobre ellos) y
Douban (portal chino sometido a censura para evitar la rebeldía contra el
régimen).
Una última prueba, esta vez más física
y palpable, es la aparición de nuevas editoriales, librerías y empresas de
servicios de publicación. En los últimos cinco años, solo en Cádiz capital, han
abierto las librerías Alejandría (absorbida posteriormente por Quorum), Las
libreras, La Clandestina, Sargón, Alpa (anteriormente Omega, abierta tras años
de cierre); En Puerto Real, El Aprendiz; en Jerez, Azul; en Conil, Rosalía de
Castro, y en San Fernando, Agapea. Y en cuanto a editoriales, tenemos a
Ediciones Mayi, Absalon, Quorum, Dos mil locos editores, Hélade, Licenciado
Vidriera y Cazador de Ratas. Todo eso en una población de alrededor de 700.000
habitantes. De hecho, según los estudios de la Confederación Española de
Gremios y Asociaciones de Libreros[4],
realizados en 2013, España era el país de la Unión Europea con mayor número de
librerías, con 5.468 librerías, haciendo un ratio de 11,6 librerías por cada
100.000 habitantes.
[2] Reportaje sobre booktubers,
publicado el 1 de diciembre de 2013. https://www.youtube.com/watch?v=PHQ5pufM_6I#t=163
[3] Comunidad booktuber: archivo de vídeos de booktubers que se inició en
septiembre de 2011 y aún hoy se actualiza mes a mes, superando los cien vídeos
al mes en muchas ocasiones. http://booktubenews.tumblr.com/archive
[4] Documento del estudio citado: http://www.mcu.es/libro/docs/MC/Observatorio/pdf/Mapa_Librerias_2013.pdf
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Y tú, ¿qué opinas de todo esto?