jueves, 2 de octubre de 2014

Mi primera vez






     La primera vez que fui al día de la bicicleta, mi padre montó con ilusión la sillita tras el asiento de su bici. Llevábamos diez minutos de trayecto camino al lugar de concentración cuando la cadena se salió y no hubo forma de solucionarlo. Mi padre, en su empecinamiento y cabezonería, recorrió el camino de vuelta sin bajarme de la sillita y sin dejar de repetir "tú hoy no te quedas sin el día de la bicicleta". Llegamos a casa, sacó mi pequeña bicicleta y emprendimos el camino de nuevo. A los veinte minutos, aproximadamente, llegamos al sitio, nos registramos bajo el dorsal 987, nos pusimos las camisetas y llenamos los globos que nos dieron. A la hora de empezar la vuelta ciclista, un recorrido por todo Puerto Real, mi padre me miró, tomó aire, y salió corriendo a mi lado. Yo, pequeña e inocente, pedaleaba cada vez más fuerte para llevar el ritmo del resto, sin darme cuenta de que mi padre iba al lado con la lengua fuera. Por suerte, a mitad de camino se encontró con mi hermano, que, conociendo lo ocurrido, se plantó en un punto del recorrido y nos esperó para darle su bicicleta. Al terminar la vuelta, refrescos gratis para todos y música pop. Regalaron trofeos a los más jóvenes, a los más ancianos, y a las bicicletas y disfraces más originales. Y también ocho bicicletas al azar. Ese día salimos de casa con una bicicleta y volvimos con tres.

     La primera vez que miré al cielo y vi lo que este nos ofrecía, logré contagiar a alguien mi entusiasmo por las nubes.

     La primera vez que fui a Madrid, a mis doce años, eché fotos hasta a las papeleras. Tanto es así que mi hermana reveló con dinero de su bolsillo tres carretes y cuando vio las fotos, se negó a revelar los otros diez u once que traje.

     La primera vez que dije 'basta' no fue la última.

     La primera vez que me fijé en una sonrisa ya no pude parar.

     La primera vez suspiré de bonito comprendí que solo se consigue suspirar de verdad cuando haces las cosas por primera vez.

     Por eso, cada vez que escucho "vive cada día como si fuera el último" miro hacia otro lado. Porque ya he pasado por eso, y es realmente aterrador, porque sabes perfectamente que algún día se cumplirá. Y se cumple, créeme.

     Por eso, cada vez que doy un abrazo lo hago como por vez primera. Por eso, cada vez que paseo por Cádiz descubro nubes, flores, balcones, patios, monumentos y sonrisas. Por eso alzo la vista al cielo. Por eso saco una y mil fotos desde mi ventana, dibujando el perfil de los bloques de pisos que tengo enfrente, con sus azoteas y sus antenas, y las dos palmeras que asoman detrás de uno de ellos. Por eso acaricio tu contorno tratando de memorizarlo una y otra y otra vez, contando lunares y suspiros. Porque solo se suspira de bonito cuando es tu primera vez. Ojalá todo el mundo dedicando cinco minutos a mirar al cielo, con su amalgama de colores y sus incontables texturas.

     Juguemos a ser niños por vez primera otra vez. La costumbre es el octavo pecado capital. Nos hace máquinas que recorren las calles por automatismo, sin reparar en la brisa, los aromas, los colores, las palabras, rechazando todo lo que nuestra naturaleza nos pone a nuestro alcance. Nos hacemos mayores, caminamos con prisas y con los cascos puestos, ensimismados y ajenos a un mundo al que ni siquiera queremos pertenecer. Y todo son quejas. Cuando la vida fluye por sus calles y se te ofrece por entera. Curiosidad y ganas es lo único que hace falta para descubrirla y redescubrirla cada día de nuestras vidas.



     Y cuando mires mi cuello, por favor, que sea como la primera vez.

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