sábado, 22 de febrero de 2014

Los amantes - Julio Cortázar

El que dijo "el amor es ciego" es tonto y en su casa no lo saben. El amor no solo no es ciego, sino que nos hace ver más allá. Gracias a él podemos distinguir de entre un millón de rosas a la nuestra, nuestra rosa, única e inimitable, irrepetible y, sobre todo, inevitable. El amor nos hace fijarnos en detalles que cualquier otro pasaría por alto: a qué lado le gusta caminar, con qué ojo guiña, si se muerde las uñas o no, cómo se sirve el café, dónde se posan sus lunares, hacia qué lado carga... El amor crea universos de dos que apenas es perceptible por el resto, universos que no se localizan por que vayan dos cogidos de la mano, por que escriban sus nombres en las paredes, por que vayan al cine en San Valentín o por que pidan el menú de pareja en el chino; esos universos se crean de miradas, suspiros y ganas, muchas ganas, ganas palpables. Se pueden ver a kilómetros. Esos nervios, la eternidad de la espera y lo efímero del encuentro. Cada universo tiene sus propias leyes donde se pasean a su antojo las horas, el aire, o el hambre incluso. Son universos caprichosos que juegan a dos manos. Quien lo probó, lo sabe. Y como me quedo corta (porque todo aquel que se aventure a hablar de esta magia se queda corto), quiero ilustraros con uno de los poemas de Cortázar, que ese sí que tiene más razón que un santo.


LOS AMANTES - Julio Cortázar

¿Quién los ve andar por la ciudad 
si todos están ciegos ? 
Ellos se toman de la mano: algo habla 
entre sus dedos, lenguas dulces 
lamen la húmeda palma, corren por las falanges, 
y arriba está la noche llena de ojos. 

Son los amantes, su isla flota a la deriva 
hacia muertes de césped, hacia puertos 
que se abren entre sábanas. 
Todo se desordena a través de ellos, 
todo encuentra su cifra escamoteada; 
pero ellos ni siquiera saben
que mientras ruedan en su amarga arena 
hay una pausa en la obra de la nada, 
el tigre es un jardín que juega. 

Amanece en los carros de basura, 
empiezan a salir los ciegos, 
el ministerio abre sus puertas. 
Los amantes rendidos se miran y se tocan 
una vez más antes de oler el día. 

Ya están vestidos, ya se van por la calle. 
Y es sólo entonces 
cuando están muertos, cuando están vestidos, 
que la ciudad los recupera hipócrita
y les impone los deberes cotidianos.

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